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María Enriqueta

Catira, mi cielo:

Todavía me tiemblan las manos, casi no puedo agarrar el maldito lápiz con firmeza. Es la emoción que sentí cuando Julia me entregó tu carta. Ya estaba desesperándome por no saber nada de ti, por no poderte ver, aunque, en parte, la culpa es mía, pues he estado dedicándome a varias cosas al mismo tiempo y, como ahora no hay clases, no existe la maravillosa excusa para ir a tu encuentro. A veces paso por delante de tu casa y se me hace la idea de que es una inexpugnable fortaleza, guarnecida por ogros funerarios y dragones de cartulina dispuestos a devorar a cualquier desventurado que ose asomarse, intentando contemplar la belleza extática de cierta doncellita de cabellos dorados, de naricita altiva, de ojos de mar extravagante y de boquita de dulce de leche. Me erizo todo cuando trato de reconstruirte en la memoria, el corazón me quiere atravesar las costillas y el diafragma. ¿Cómo se te ocurre pensar, pero ni de casualidad, que puede pasar un minuto, un segundo, un nanosegundo sin que me acuerde de ti? Primero moriría porque tú eres mi oxígeno, mi alimento y mi bastimento vital. En estos días que no te he visto, palabra de honor, me he sentido así como un desahuciado. Te necesito, te quiero y te deseo. Soy capaz de introducirme en esa mazmorra tan sólo para contemplar tu inocencia cuando estés dormida, como un ladrón en la noche.

No fui a la verbena del colegio de las monjas porque he estado dedicado con David en el proyecto del cual te hablé. Sí, mi cielo, ya estamos en vías de organizar el conjunto de música moderna. El entusiasmo entre nosotros es verdaderamente grande. David le vendió el arpa al “Negro” Melo y se compró una guitarra eléctrica, una Telecaster Fender de segunda mano, pero en buenas condiciones. Yo voy a tocar el bajo eléctrico y ya estoy recibiendo clases de Pantaleón Gonzaga, el bajista del profesor Arístides Mazatlán en el Combo “La Sensación”, quien me dice que voy por buen camino. Al parecer, quieren que nos presentemos en una fiesta que está propiciando José Miguel Moros para dentro de tres semanas. Si se da, bueno, Pantaleón estará tocando por mí, mientras llego a dominar el instrumento. Por cierto que le compré al Panta un bajo marca “Maya”, no utilizado por él, el cual pienso sonar con una planta vieja “Conard” que tiene el viejo mío en la casa y que nunca usa. El baterista va a ser el “Bolondrio” Guillermo Awad, tú lo conoces, porque ya tiene experiencia tocando el redoblante en la banda marcial del liceo. El problema con él es que se acaba de graduar de bachiller y piensa irse estudiar medicina a Mérida, por lo cual le encomendamos que, en el tiempo que le queda disponible en Miguaque, se ponga a enseñarle a Sojito los secretos y virtuosidades para que se convierta en un émulo de Ringo (el de Los Beatles). El “Enano Siniestro” (se encabrona cuando lo llamo así) está tan entusiasmado que, en los ensayos, no espera a que el “Bolondrio” se termine de parar de los tambores para montárseles encima con unos palos de gancho de ropa de tintorería. Es tan frenético que nos incita a todos a huir, como alma que lleva el diablo.

David, mientras tanto, se ha erigido, no podía ser de otra manera, en el jefe de la partida. Apenas agarró la guitarra eléctrica con su amplificador marca “Teisco” (creo que lo consiguió en Caracas el muy bandido)y ya estaba tocando las canciones de Los Supersónicos (a “Jambalaya” le da fenómeno), Los Dangers, Los Impala y de un grupo nuevo que suena muy bien llamado Los Darts (están saliendo en “El Club del Clan”). Ya se sabe como quince piezas de Los Beatles, y me trajo hoy dos discos de otros ingleses, Los Rolling Stones (creo que traduce algo así como Los Picapiedras), a quienes vi el otro domingo en “Shindig” y me gustaron bastante. También ha conseguido discos de Los 5 de Dave Clark, Los Herman’s Hermits (¿lo estaré escribiendo bien?), Los Animales (estos son los que tocan “La Casa del Sol Naciente”, que tanto te gusta), Brian Poole & The Tremeloes y Los Beach Boys, que son los reyes del surfing como buenos chicos playeros de California. No sé qué estará pasando, pero la música moderna, o música Pop que es como la llaman los entendidos, cada día se pone más interesante y excitante. Te confieso que si me hubieran dicho hace uno o dos años que hoy en día estaría sumergido en el impactante sonido de las guitarras y las armónicas, pues sencillamente no lo habría creido. Tanto es así que estoy muy ilusionado con el conjunto. Por cierto, estamos buscándole nombre y te voy a mencionar a continuación algunos que hemos concebido (las sugerencias son bienvenidas):

Los Chicos del Show

The Killer’s Surf

Los Grillos (o Los Grillos de La Noche)

Los Gatos Callejeros

El Espermatozoide Masoquista y La Cofradía del

Moco Cuestionado (este, como  lo adivinarás, es producto de la calenturienta imaginación de nuestro amigo Sojito)

Las Cajas de Fósforos (nos prendemos rápido)

Los Destartalados (¡tremendas fachas!)

Los Perros Hambrientos y Las Ávidas Pulgas (este            

también es de Sojito)

Los Pocopelo (hay que dejarlo crecer)

Los Desafinados (imagínate los ensayos)

Los Locos del Ritmo (¡qué original!)

Los Onanistas Solitarios (otro de tú sabes quién)

The Miguaque Boys

Los Prostitutos Mercenarios (Sojito otra vez)

The Hot Bloomers Organisation (invento mío)

The Tabajara Indians Yeah Yeah (sublime, sublime)

Clark Kent y sus Kriptonitos (¡súper!)

Los Meteoritos Salados

Los Piromaníacos Aberrados (Sojito: ¡¡uf!!)

Los Monos Peludos (o Los Nietos de King Kong)

Los Pelos Públicos (Sojito, de nuevo)

Grupo “A Red Chair”  (La Arrechera Loca)

Las Luces Rojas Mensuales

Grupo “Orquería”

Y, en fin, te podrás imaginar, la lista pica y se extiende. ¿Cómo te parecen? Danos una sugerencia, catira preciosa, que tú eres una chica verdaderamente inteligente y a lo mejor nos haces dar en el clavo.

Necesitamos, además, un cantante, cuestión de vida o muerte. A David le gusta la voz de Pablito Awad, el hermano de Guillermo. Ayer lo estuvo probando con varias canciones y, para serte sincero, el turquito le puso tanto corazón a la cosa que hasta las venas de la frente se le hincharon. De verdad que cantó chévere. También estuvo el musiú Giancarlo, con un entusiasmo ruidoso y apabullante, asegurando que se iba a comprar una guitarra y una planta porque él no se va a quedar atrás. Creo que cuando arranquemos definitivamente vamos a tener que quitarnos la gente de encima a sombrerazos. Con tal de que no nos coman vivos las chicas todo estará bien, sobre todo para ti (¡hablando de celos!).

Los dedos me duelen y me arden. Me parece que, en cualquier momento, se me van a poner inflamables. Le he estado dando duro al bendito instrumento ese, cuyas cuerdas parecen unos colgaderos de chinchorro y, por lo tanto, hay que tener más fuerza y más pulso para empuñarlo. Pantaleón me pone a practicar las escalar al revés y al derecho, una y otra vez interminablemente, repitiéndome la cosa como una letanía. Tanto es así que, de noche cuando me acuesto, sueño que apareces ante mí con tu traje de reina, una corona de perlas y esmeraldas en tu adorable y preciosa cabecita, tus piececitos en zapatillas de cristal con incrustaciones de diamantes, envuelta en una nube dorada que pareciera salir del resplandor maravilloso de tu pelo. Me desgarro en llantos vertiginosos porque pienso que  el inmenso amor que siento por ti, el cual sólo puede ser medido en trillones de años luz, no será correspondido. Me arrodillo para solicitar tu clemencia y tu piedad, como si fueras la virgen más virgen entre todas las vírgenes. Te acercas a mí majestuosamente, aferrada a un maravilloso y rico cetro engastado por todas las piedras deslumbrantes de este mundo. De repente, me hablas con la voz de Panta, imperiosamente: “¡Vamos, otra vez! Escala de Do Mayor. Cuatro por cuatro. Corcheas y semifusas. Puntillo y ligadura. Dame un Si bemol agudo. ¡Así no, imberbe! Repítelo. De nuevo. Vamos, vamos, vamos”. Y los dedos me sangran, la cabeza me va a reventar cuando, de pronto, noto que me das la espalda y empiezas a desvestirte. Te volteas lentamente y, en lugar de presenciar mi más recóndita obsesión y mi más obscuro deseo, te veo desnuda por completo pero, a la vez, con un ropaje refulgente e intimidador cubriendo tu cuerpo (¡contradicción!), un ropaje que, de golpe, se me parece más y más a la sotana del padre Carrasco. Me hablas con su voz y me recriminas: “¡No te quedes dormido, infeliz, que hay que atender a Su Ilustrísima para que se lleve una buena impresión de Miguaque!” En eso, te arrojas en mis brazos. Yo retrocedo, pero hay un muro de ladrillos ardientes que separa esta vida del rechinar de dientes de la Gehenna, del invisible infierno de los pecadores irredentos. Me doy cuenta que eres tú, reina de las rosas del horizonte, vestida como una demoiselle de los años veinte, Teresa de La Parra rediviva y sensual. Te reclamo. Te llamo sin decir tu nombre, te tomo en mis brazos, te estrecho contra mí y, cuando intento besarte en esos labios de mi locura, te has transformado en María Esperanza disfrazada de Doña Bárbara, de María Félix, con la piel estiradísima y me despierto temblando como un pollito huérfano, llorando como un triponcito cualquiera. Ja ja ja ja (risas grabadas). ¡Qué riñones tengo yo, mi catira celestial! (Hablando de locuras).

¡Qué vacía me parece la vida cuando estoy, como en este momento, excluido del aroma de tu voz! Pero me reconforto al recordar que me amas y me necesitas al igual que yo te amo y te necesito. Ojalá te diviertas en Margarita y la pases muy bien aunque vayas, de hecho, como una prisionera.

No olvides que te estoy esperando fervientemente. Me vas a hacer una falta superlativa. Chao, catira de mi alma.

Tu flacuchento,

Wilson (a) Pedrarias

 

 

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