Nayra, la Esposa del Sol

Carlos Bongcam Nyss

 

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El Gran Sacerdote puso en conocimiento del Curaca Katari, el acuerdo del Consejo de Sacerdotes del Culto del Sol que acogía y hacía suya la proposición de Nayra, la Coya Pacsa. Dado que Vasco de Almeyda era un prisionero de guerra y para mejor resolver, Katari citó al Maestre de Campo Huaman y al Capitán General Kari.

Ante ellos, el Gran Sacerdote Mamani expuso el asunto que motivaba aquella reunión: Argumentando que el prisionero no le ha hecho daño a ninguno de los nuestros, que no es un soldado y que sería mucho más útil vivo que muerto, la Coya Pacsa ha pedido que no sea sacrificado en la Fiesta del Sol. Yo presenté su proposición al Consejo de Sacerdotes en atención a que mi parecer es que ella actúa guiada por sus buenos sentimientos y de que no había nada censurable en su proposición. En consideración a que los informes sobre el prisionero confirman su buen comportamiento con los indígenas, que aprendió nuestra lengua y que se interesa por nuestras cosas, los sacerdotes acordamos que si él nos juraba fidelidad y prometía ayudarnos, se le podría perdonar la vida.” —¿En qué nos podría ayudar?

—Podría enseñarle su simi a un grupo de nuestros niños.

—¿Y si intenta escapar?

—Creo que es difícil que lo haga, porque él no conoce esta región y sería muy fácil capturarlo de nuevo —dijo Huaman.

—Para nosotros sería sencillo vigilarle —agregó Kari.

El Curaca estuvo meditando acerca de los pro y contras que presentaba el hecho de perdonarle la vida al prisionero. Si lo dejaba vivo y en libertad, se abría la posibilidad de que la Coya Pacsa cometiera una imprudencia en su relación con el apuesto joven y en tal caso se podrían tomar medidas en contra de ella. Si el prisionero trataba de escapar, se le podía dar muerte sin juicio.

Finalmente, el Curaca sentenció: “Decido que se le deben presentar al prisionero nuestras condiciones. Si él las acepta no será ofrendado al Sol, pero si más adelante intentara escapar sería muerto en el acto. El encargado de hablar con él será el Gran Sacerdote o quien él decida. Después, el extranjero tendrá que prestar un juramento”.

 

Mamani visitó a Nayra y después de los saludos protocolares, le dijo: “Habiéndose confirmado el buen comportamiento del prisionero con los indígenas y que ha aprendido nuestra lengua, si él nos promete fidelidad y acepta enseñarle su simi a un grupo de nuestros niños, los sacerdotes acordamos apoyar su proposición, Honorable Coya Pacsa. A continuación se la llevamos al Curaca.

Él estudió la propuesta y decidió de que si el prisionero aceptaba nuestras condiciones no sería ofrendado al Sol. Pero si intenta escapar, se le daría muerte en el acto. La misión de informarle al prisionero quedó en mis manos, pudiendo yo delegar en otra persona.”

—Hatun Villca Mamani—dijo Nayra, sin ocultar su alegría—: le agradezco sus gestiones y tengo la seguridad de que no se va a arrepentir de haberlas hecho. Ahora le pido que me de la alegría de ser yo la persona que le comunique al prisionero esta decisión.

—No tengo ningún inconveniente, Honorable Coya Pacsa.

Mamani salió de la casa de las mamaconas, dejando a Nayra conteniendo a duras penas su alegría. Luchando para no echarse a correr, la Sacerdotisa Suprema se dirigió de inmediato a la cárcel y en su exaltación olvidó que debía hacerse acompañar por una mamacona. Sólo al llegar ante los guardias que custodiaban la cárcel se dio cuenta de que iba sola. Al Capitán Yunque le extrañó que la Coya Pacsa llegara sin sus habituales acompañantes, pero no puso inconvenientes al pedido de la Sacerdotisa Suprema de que la dejara entrar a la cárcel. Él mismo le abrió la puerta y entró detrás de ella.

Al ver a Nayra entrando a la prisión en forma tan inesperada, Vasco de Almeyda se levantó para saludarla y ella, sin poder contenerse por más tiempo, le dijo: “Si nos prometes fidelidad, no tratar huir y aceptas enseñarle tu idioma a nuestros niños, el Curaca te perdonará la vida y no serás ofrendado a los dioses.” Vasco se quedó mudo de la sorpresa, pues en aquella ocasión no esperaba recibir esa noticia, pero la alegría que desbordó su corazón lo hizo reaccionar como un peninsular: se abalanzó sobre Nayra, la estrechó en sus brazos y con la joven en vilo alcanzó a girar un par de vueltas antes de que los fuertes brazos del Capitán Yunque detuvieran aquella para ellos inaceptable expresión de alegría. El guerrero separó a la pareja con rudeza, lanzando al joven contra una de las paredes de la habitación. El lusitano se golpeó en la cabeza y cayo al piso, pero Nayra se interpuso y con un gesto detuvo al Capitán. La joven le explicó al rudo guerrero que el prisionero no la había atacado, sino que su abrazo había sido una simple muestra de su alegría. Entonces el Capitán se retiró hasta la puerta, dando por superado el incidente.

—Acepto las condiciones que me ponéis —le dijo Vasco a Nayra, una vez recuperada su compostura—. Y ahora, ¿qué tengo que hacer?

—Tendrás que prestar un juramento ante el Curaca, del que serán testigos los sacerdotes y algunos capitanes, pero hasta que llegue ese momento seguirás recluido en esta prisión.

Después del baño diario de purificación en los pozones del estero y una vez en la casa que compartía con las mamaconas, recién Nayra reaccionó al abrazo que le había dado Vasco. Desde que fue elegida como aclla, la joven jamás había sido abrazada por un hombre. Sólo durante la travesía de la cordillera, en medio de la horrible tormenta que mató de frío por igual a personas y bestias, Nayra había dormido abrazada a sus perros de la luna y las acllas y mamaconas encargadas del cuidado de la Huaca del Príncipe Paullo. Después de aquella trágica experiencia, no había vuelto a ser abrazada hasta que Vasco de Almeyda, descontrolado por su alegría, la tomó en sus brazos.
Agarrándola por la cintura, Vasco la había levantando en el aire y luego, apretándola contra el pecho, había alcanzado a dar un par de giros antes de que el rudo Capitán Yunque interviniera como lo hizo. Aquel abrazo, que la sorprendida Nayra desde el principio interpretó como una simple y descontrolada manifestación de alegría del lusitano, también le produjo unas extrañas sensaciones que sólo después, en la tranquilidad de su cuarto, las volvió a sentir. Recordó que mientras Vasco dada vueltas con ella en alzada en vilo, junto con el miedo de caer al piso se había sentido segura en sus brazos. Con toda naturalidad él la había apretado contra su pecho y ese recuerdo la perturbaba. Pero había algo más, inexplicablemente, Nayra no podía apartar de sí el deseo de ser nuevamente abrazada por él.

Aquella noche, la Coya Pacsa soñó que Vasco daba vueltas con ella en sus brazos mirándola con alegría con sus azules ojos de estrella y ella se dejaba llevar hasta que aquella especie de danza era bruscamente detenida por el Maestre de Campo Huaman, quien derribaba a Vasco e intentaba agredirlo con su maza.

A media mañana se abrió la puerta de la celda y el Capitán Vilca entró con media docena de guerreros. Vasco de Almeyda, que se había sobresaltado al verlos, se serenó cuando escuchó que Vilca le decía: “Prepárate, viracocha, te llevaremos ante el Curaca.”

—¿Qué sucede?

—Me han enviado a buscarte, es todo lo que yo sé.

Vasco de Almeyda se vistió sus deterioradas vestimentas y salió al exterior en medio del grupo de guerreros. Caminado de prisa, en pocos minutos llegaron a la casa del Curaca Katari. En el patio interior de la vivienda estuvieron esperando hasta que uno de los sirvientes le dijo a Vilca que entrara con el prisionero. Vilca le explicó a Vasco que ante el Curaca debía entrar descalzo e inclinado. Siempre en medio de sus guardianes, Vasco de Almeyda entró a la espaciosa habitación donde Katari se encontraba sentado en una banqueta colocada arriba de una tarima en la que junto a él, sobre alfombras, estaban sentados los sacerdotes del Culto del Sol, Huamán y sus capitanes y las mujeres del Curaca. Cuando Vasco llegó frente a la tarima, Vilca le indicó que se sentara en una estera extendida en el suelo. A continuación, el Gran Sacerdote, le dijo: Se te ha traído ante la presencia del Curaca Katari para escuchar de tus propios labios si aceptas nuestras condiciones para perdonarte la vida y luego, si éste es el caso, tomarte el juramento. La Coya Pacsa te ha informado de nuestra proposición, por lo que ya la conoces y, según lo que ella me comunicó, en principio habéis aceptado. Si es así, daremos comienzo a la ceremonia del juramento.” Vasco dijo que así era y entonces los cuatro sacerdotes restantes se levantaron y retrocediendo inclinados para no darle la espalda al Curaca se fueron a colocar a ambos lados de Vasco en reemplazo de los guerreros quienes, retrocediendo en la misma forma que los sacerdotes, se retiraron hasta las puertas de la sala. Luego el Curaca se puso de pie sobre la tarima y lo mismo hizo el Gran Sacerdote a nivel del suelo para luego, en tono solemne, decir: “¡Oh, Hatun Inti (Supremo Sol). Invocando tu presencia vamos a solemnizar el juramento de Vasco! Vasco: te hemos ofrecido respetar tu vida si bajo juramento nos prometes lealtad y ayuda en la tarea de enseñar tu lengua a nuestros niños. Con la condición de no intentar huir, pero, si lo intentaras seríais muerto allí donde se te diera alcance. ¿Prometes ante Hatun Inti que de corazón aceptas nuestra propuesta? Si aceptas, debes decirlo.”

—De corazón les prometo lealtad y acepto vuestras propuestas.

—Te habéis comprometido ante el Sol, Vasco. Y nosotros te creemos.

A continuación las mujeres del Curaca tomaron unas bellas vasijas de greda con chicha y la escanciaron en vasos de oro que luego repartieron entre los varones presentes, comenzando por Katari y dejando a Vasco de Almeyda para el final. El Curaca hizo un brindis en honor del Sol y todos bebieron, dando por terminada de aquella forma la ceremonia.

Al término de la ceremonia del juramento de Vasco de Almeyda, el Gran Sacerdote le informó de que a partir de aquel momento sería considerado como un miembro más de la comunidad inca, que seguiría viviendo en la casa que había sido su prisión, solo que de ella podría salir y entrar libremente. También le dijo que, si lo apetecía, podía contraer matrimonio o vivir amancebado con cualquiera de las muchas jóvenes solteras que había en los ayllus.

Agregó Mamani que el encargado de enseñarle las costumbres del Reino y de explicarle sus tareas y deberes sería el Capitán Kari quien, por estar convaleciente de sus heridas, estaría en reposo durante un cierto período.

Aquel mismo día, unas mujeres de la Panaca del Curaca le llevaron frazadas tejidas de lana de llama y cueros a medio curtir, con los cuales le hicieron una cama mucho más confortable que la que había estado usando como prisionero. Las mujeres asearon la pieza que había sido su prisión y en ella instalaron una rústica mesa, un banco sin respaldo y una banqueta para sentarse. Terminadas estas tareas, la más vieja de las mujeres le dijo a Vasco que todos los días ellas le traerían comida. En tanto salieron las mujeres, el Capitán Kari entró a la vivienda, para decirle: “Tengo la misión de darte a conocer las costumbres en este reino y tus tareas. Mientras se seleccionan los niños a los cuales les enseñarás tu idioma, tendremos algunos días para esto. Mañana por la mañana comenzaremos. Por ahora sólo debo decirte que debes estar dentro de esta casa antes de que oscurezca y no podrás salir de noche al exterior, porque los guardias que vigilan el pueblo, lo interpretarán como un intento de fuga y ya sabes lo que eso significaría para ti.

Para hacer tus necesidades tendrás que usar los mismos tiestos que utilizabas cuando estabas preso.”

—¿Por qué tantas restricciones?

—No te olvides de que estamos en guerra. ¿Tienes otra pregunta?

—Por el momento, ninguna.

A la mañana siguiente Vasco desayunó con los alimentos que le llevaron las mujeres y, tal como él lo había anticipado, el Capitán Kari fue a buscarlo temprano. Después de los saludos, Kari le dijo: “Vamos a recorrer el pueblo, para que lo conozcas.” El pueblo de Kachi había sido levantado en un corte en la meseta, una quebrada, en un sector en que ésta tenía cuarenta metros de profundidad, alrededor de trescientos de metros de anchura y más de media legua de longitud. Por el fondo discurría un estero cuyas aguas provenían del deshielo de las nieves eternas de la cordillera de los Andes. El Templo del Sol, la plaza y las casas principales estaban sobre una planicie arrimada a la pared norte del cañadón.

Para llegar al estero, desde la plaza, había que caminar una cuadra y media, descendiendo cerca de quince metros. Los dos ayllus que vivían en el pueblo, habían levantado sus viviendas en sectores opuestos, a partir de los espacios libres de la planicie alrededor de la plaza. Las viviendas de los sectores bajos cercanos al curso natural del estero, que habían sido arrastradas por las aguas durante las lluvias caídas en hatun pucuy (marzo), ya habían sido reconstruidas.

La casa donde Vasco había estado preso y en la que iba vivir a partir de aquel día, quedaba cerca de la plaza, el centro de todas las celebraciones y rituales. En plaza estaba la piedra de los sacrificios y en torno a ella se ubicaban el Templo del Sol, las casas de las mamaconas y de las acllas; las habitaciones de los sacerdotes y las casas del Curaca. Los capitanes y sus guerreros vivían en construcciones que habían levantado hacia el poniente, alejadas del pueblo. De aquella forma los escuadrones de guerreros, que se turnaban para mantener una guardia, no interferían la vida de los habitantes de Kachi y podían realizar con tranquilidad sus ejercicios de guerra.

El Capitán Kari le explicó a Vasco de Almeyda que mientras los guerreros no estaban en campaña, en ejercicios o de guardia, participaban en las tareas habituales de sus ayllus respectivos, en las quebradas y valles secretos donde estaban ubicados, haciendo una vida normal con sus mujeres e hijos y los demás miembros de su comunidad. Los ayllus estaban gobernados por Camayoc, los que se mantenían permanentemente comunicados con el Curaca por medio de un efectivo servicio de chasquis. No obstante, el Capitán Kari se cuidó de referirle a Vasco que el Camino de los Incas, que atravesaba de norte a sur la Pampa del Tamarugal y el Desierto de Atacama, era vigilado de forma continua por los indígenas atacameños y diaguitas, quienes enviaban las noticias con los chasquis. De esta forma, todo el territorio del Reino de la Pampa del Tamarugal contaba con un efectivo sistema de información, que hacía viable su defensa.

Después de mostrarle al recién perdonado prisionero los límites del terreno en el cual se podía mover libremente durante el día, el Capitán Kari llevó a Vasco al sector del estero cordillerano donde estaba permitido bañarse. Aquel sitio estaba ubicado al poniente del pueblo, una vez que las aguas del estero, que se utilizaban para beber y preparar los alimentos, habían atravesado el sector donde vivía la gente. Pensando en que Nayra se bañaba allí todos los atardeceres, Kari le dijo a Vasco que él sólo podía bañarse por las mañanas.

—Nosotros estamos en contacto con el sucesor de Manco, el Inca Xairi Tupac. Él vive en un valle secreto de los Andes y a él estamos sometidos.

—Según he sabido —le respondió Vasco—, únicamente el Inca puede dictar la pena de muerte. ¿Autorizó el Inca la muerte de los españoles que andaban conmigo?

—No. Tus compañeros no fueron ajusticiados, sino sacrificados a Inti. Manteniendo la tradición de los incas, en nuestro reino sólo se condena a muerte a los autores de ciertos delitos y a los homicidas, adúlteros y violadores.

 

Cierto día al atardecer, mientras el Sol se estaba poniendo y sus rayos sólo iluminaban a gran altura, un grupo de cóndores volaba majestuosamente en los últimos vestigios de la luz solar. El Capitán Kari y Vasco de Almeyda observaban, sin hablar, el vuelo de las aves. Entre los dos hombres habían surgido algunos lazos de amistad basados en el modo de ser sincero y franco que a ambos caracterizaba. A medida que lo iba conociendo en profundidad, aumentaba la admiración que Vasco sentía por Kari. Al cabo de unos momentos en silencio, le preguntó: “Kari: ¿Cómo llegaste a ser Capitán y por qué tus guerreros te son tan fieles?”

—En el Ejército del Inca, los grados se ganaban en el campo de batalla. Los guerreros que me acompañan proceden de los ayllus de la comarca donde mi padre era Curaca. Todos somos como parientes y nos conocemos desde niños. De ahí viene la fidelidad.

—Pero tú eres noble.

—Es cierto. Pero los jóvenes, nobles y plebeyos, al mismo tiempo de ser iniciados como adultos, pasábamos a ser guerreros. En mi caso sucedió así: Poco tiempo después de haber terminado los estudios en la escuela para nobles, creada por Inca Roca, un día mi padre me dijo: “Entrarás como yana en la panaca del Inca, donde yo presto mis servicios.” Estando en esa condición alcancé la edad para ser iniciado en el mundo de los adultos y guerreros. La Huarachicuy (Iniciación) duró cuatro meses.

Comenzó en cuyaq raymi (octubre) cuando mi madre, junto a las madres de los demás jóvenes que también iban a ser iniciados, empezaron a tejer los vestidos que íbamos a usar en las ceremonias. Eran éstos el huara (calzón), la uncu (camiseta), la yaccolla (manta) y el llautu (banda tejida de lana que se arrolla en la cabeza).

—Es notable la variedad y belleza de los colores con los que tiñen la lana las mujeres y la finura de los tejidos —acotó Vasco.

—En el mes de noviembre —prosiguió Kari— iniciamos los ritos en el cerro Huanacauri, donde Ayar Uchu (hermano del primer Inca) está transformado en piedra. Durante los ocho primeros días del mes, nuestros padres y parientes nos prepararon las usutas (sandalias) y con cabuya (cuero crudo) nos hicieron las huaracas (hondas).

Pasamos una noche en el cerro Huanacauri, imitando ritualmente la llegada al Cuzco de nuestros antepasados, y presentamos nuestras ofrendas a la Huaca de Ayar Uchu, donde los tarpuntaes (sacerdotes) nos dieron a cada uno una huaraca y nos pintaron la cara con la sangre de un llama macho recién sacrificado. En ayamarca raymi (mes de diciembre) se efectuaron las celebraciones principales. Los participantes en la ceremonia de iniciación teníamos que estar en estado de pureza. Nosotros los jóvenes la conseguíamos dejando de consumir sal y ají, lo que ya habíamos comenzado a hacer el primer día de ayamarca raymi. Los adultos se purifican dejando de consumir sal, ají, carne y chicha y mediante la abstinencia sexual. Forma parte de la purificación la confesión de pecados tales como fornicación, robos, faltas al ritual o brujería. Los miembros de la familia del Inca se confiesan directamente al Sol y luego se bañan en un río pidiéndole a éste que se lleve sus pecados. Nosotros los nobles y la gente común vamos donde un Ichuri (Confesor) a quien le damos a conocer nuestras faltas. El Ichuri, echando suertes con cuentas o examinando las entrañas de un cuy, ve si la confesión ha sido veraz. Si el auspicio es negativo, exige una nueva confesión. A los infractores se les imponen penitencias, como ayunos, que finalizan con un baño para lavarse las faltas.

—Tengo entendido que Quispe es el Ichuri aquí en la Pampa del Tamarugal —intervino Vasco.

—Así es, Vasco. Sigo con mi relato: A todos los jóvenes que nos estábamos iniciando nos raparon la cabeza en medio de la plaza.

Una vez que estuvimos vestidos salieron a la plaza las ñustas con unos cantaritos de greda bellamente decorados, llenos de chicha.

Bebimos, y después, junto a las ñustas, nuestros padres y demás parientes nos dirigimos a los Templos del Sol y del Trueno para sacar las Huacas a la plaza. Las mamaconas sacaron en andas la Huaca de Quilla, que estaba a cargo de ellas. Otro tanto hicieron los varones con las momias de sus antepasados, las que estaban secas, sentadas con los brazos cruzados sobre el pecho, con sus cabelleras intactas y con las insignias propias de su rango. Las momias eran livianas, de modo que un hombre podía llevar una sobre sus hombros. En la plaza los padres presentaron a sus hijos que iban a ser iniciados. Entonces salió el Inca y se fue a colocar junto a la esfinge de Inti (el Sol). Nosotros nos pusimos de pie y, de acuerdo a nuestro rango, fuimos a adorar a Inti y al Inca. Ante ellos hicimos una reverencia y permanecimos de pie hasta el mediodía. Con Inti en su cenit hicimos las reverencias rituales a las Huacas y le pedimos licencia al Inca para hacer nuestros sacrificios. Nos dirigimos nuevamente al cerro Huanacauri, esta vez con un napa (llama macho). Fuimos en procesión, con nuestros parientes.

Además del napa llevamos el Sunturpaucar (estandarte real) y varios apurucus (llamas machos viejos) para el sacrificio.

Durante la noche pernoctamos al pie del cerro en un lugar llamado Matahua y al día siguiente al amanecer dejamos los llamas para el sacrificio al pie del cerro y en ayunas subimos a lo alto, hasta donde estaba el Templo. Allí les entregamos nuestras huaracas a los tarpuntaes y un Narac (Carnicero) dio muerte a cinco llamas machos que luego fueron quemados delante de la Huaca. Mientras los cuerpos de los animales se consumían en la hoguera, el Huillca Huma (Sumo Sacerdote) solemnemente, exclamó: «¡Oh, Huanacauri! padre nuestro, siempre el Hacedor Apu Inti, Illapa y Quilla sean mozos y no envejezcan, y el Inca tu hijo sea siempre mozo, y en todas sus cosas siempre haya bien; y nosotros tus hijos y descendientes que ahora te hacemos esta fiesta, el Hacedor, Sol y Trueno y Luna y Tú nos tened siempre de vuestras manos y nos dad lo necesario para nuestra vivenda.» (7)

Los tarpuntaes les sacaron sangre a los apucurus y con ella nos pintaron la cara y nos devolvieron las hondas, diciéndonos: «¡Tomad estas huaracas. Os las da la Huaca de Huanacauri para que os hagáis guerreros!» En el camino de regreso al Cuzco, nuestros parientes nos esperaban ocultos en una quebrada donde nos asaltaron por sorpresa arrebatándonos las huaracas. Mientras nos daban latigazos, nos decían: «¡Os azotamos para que seáis valientes!»

A mediados de capac raymi (mes de enero) los jóvenes nos congregamos en la plaza del Cuzco y allí el Huillca Huma nos repartió huaras y uncus.

Nos vestimos aquellas prendas y fuimos al cerro Anahuarque. en aquel lugar nuestros parientes nos volvieron a azotar. Luego participamos en una carrera, que terminó con más ofrendas en el cerro Ravaraya, y regresamos a la plaza del Cuzco a bailar huari.

Después fuimos al cerro Yavira y en aquel sitio, tras nuevas ofrendas, azotes y bailes, recibimos finalmente las huaras tejidas por nuestras madres y, de parte del Inca, orejeras de oro que nos atamos a las orejas. Para purificarnos nos fuimos a dar un baño en la fuente de Calispuquio. Terminado el baño ritual, cada uno de nosotros recibimos, de parte de un tío materno, nuestras armas de guerra.

Para Vasco de Almeyda, la vida en el pueblo transcurrió casi sin variaciones hasta que conoció a los ocho muchachos, entre siete y doce años de edad, que habían sido seleccionados para que él les enseñara castellano. Una yana de la casa del Curaca fue la encargada de presentarle a Vasco sus alumnos. Cada niño, al momento de decir su nombre, dio un paso al frente. De aquella forma el improvisado maestro pudo saber cómo se llamaban sus alumnos y de paso reconocer a algunos de los que habían participado en el líquido recibimiento que él y los soldados españoles habían tenido cuando llegaron como prisioneros.

También formaba parte del grupo el muchacho que se abstuvo de orinarlos.
Vasco, cuya única experiencia en la enseñanza había sido asistir como alumno a la escuela de la parroquia de su pueblo, debió improvisar como maestro. Comenzó recorriendo el poblado con sus alumnos, enseñándoles el nombre en castellano de todas las cosas y aprovechaba todo lo que los niños hacían para enseñarle los verbos. Al mismo tiempo, él aprendía quechua con la ayuda de sus alumnos. Debido al juramento de lealtad prestado por Vasco, ellos lo consideraban uno de los suyos, y muy pronto el maestro improvisado se interiorizó de las rutinas de Kachi, el poblado secreto de los incas de la Pampa del Tamarugal. Y de la misma forma se hizo apreciado y respetado por sus discípulos.

Aprovechando los frecuentes diálogos que surgían entre ellos Vasco le preguntó a un alumno que le había orinado cuando llegó prisionero, por qué lo había hecho. El niño le respondió que mear al enemigo derrotado o muerto, era una forma mostrarle odio y desprecio. Entonces Vasco le preguntó al niño, que no le había orinado, si acaso él no odiaba a los españoles. El muchacho le respondió: “Odio a los viracochas por cómo ellos se comportan con nosotros, por sus crímenes, sus abusos con las mujeres y sus robos, pero yo no les oriné porque no quise ser tal como eran ellos.”

 

Un día, mientras Vasco y sus alumnos descansaban luego de la merienda del mediodía, un niño comenzó a tocar una ocarina hecha de greda cocida. Al oír aquel instrumento de viento, Vasco concibió la idea de enseñarle a los alumnos algunas canciones de su tierra, como una forma de acrecentar el vocabulario de los niños.
Al punto le surgió la necesidad de disponer de un instrumento y se dio a la tarea de buscar los materiales para hacerse una bandurria en reemplazo de la que desapareció cuando fue hecho prisionero..

Vasco había visto que los escasos guerreros que manejaban arcos y flechas, usaban cuerdas de tripas crudas, retorcidas y secas, para sus arcos. En Portugal los músicos hacían cuerdas semejantes para las guitarras y otros instrumentos, por lo que a él le resultó fácil resolver aquella parte de su proyecto. Después se dio a la tarea de buscar madera para hacer la caja. Conversando con sus alumnos les explicó qué era lo que necesitaba y los muchachos decidieron ayudarle. Fue así como un día un niño le llevó a Vasco la caparazón de un armadillo, pensando que la podía usar como caja.
Dada su anchura, Vasco calculó que a lo sumo se podrían usar cuatro o cinco cuerdas. Conseguir el resto de los materiales necesarios no fue difícil, de modo que en un par de semanas terminó la parte de resonancia de la bandurria. En el intertanto había torcido y puesto a secar cuerdas de tripa de diversos grosores, de modo que una semana más adelante, su instrumento estaba listo. Para afinarlo necesitó otra semana, al cabo de la cual dio su primer concierto. Los indígenas quedaron sorprendidos y maravillados, porque nunca habían escuchado un instrumento de cuerdas como el de Vasco de Almeyda, ni el tipo de canciones que él cantaba. Pronto comenzaron a llegar los músicos locales con caparazones de armadillos para que él les enseñara a fabricar instrumentos semejantes. Vasco accedió con entusiasmo, de modo que al poco tiempo su modelo de bandurria había traspasado las fronteras de la región.

Transcurría el mes de junio y era invierno. Un invierno en nada parecido al de la península ibérica, porque en la Pampa del Tamarugal no llovía y durante el día la temperatura era agradable.

Sólo nevaba en las cumbres de las altas montañas. La fecha en que se iba a celebrar la Inti Raymi (Fiesta del Sol) llegó cuando las noches eran las más largas del año. En reemplazo del cerro Manturcalla, cercano al Cuzco, donde los incas creían que el Sol bajaba a dormir, los sacerdotes de la Pampa de Tamarugal habían elegido un cerro de las inmediaciones, ubicado al poniente del poblado.

Hacia ese lugar salió en procesión toda la comunidad encabezada por el Curaca y el Gran Sacerdote. La gente iba contenta, todos vestidos de fiesta con sus mejores galas. Junto con el estandarte del Curaca, los guerreros llevaban al Napa del Reino, un llama macho de color blanco que simbolizaba el primero de su especie que apareció después del diluvio. Le seguían ocho guerreros distinguidos que cargaban sobre sus hombros, de cuatro en cuatro, dos apurucus, llamas viejos, mientras otro grupo llevaba de tiro dos llamas de color pardo y dos llamas pintas. Detrás iba un grupo de indígenas cargado con ropa, con llamas hechas con cueros rellenos con paja y con figuras labradas en madera, con forma de hombres y mujeres, vestidas con sus prendas características.
Cantando y bailando, adultos y niños se iban entremezclando.

A cierta distancia de los pies del cerro, donde había un muro de rocas, se detuvo la multitud. Los sacerdotes se ubicaron delante de un altar de piedra construido al comienzo de la ladera del cerro, mientras el Curaca y su panaca hacían lo propio a un costado de la rústica construcción. Al lado contrario se colocaron los capitanes con los guerreros que portaban la Sunturpaucar (divisa) del Curaca, los estandartes de los seis batallones y el Napa. Los animales que iban a ser sacrificados quedaron, junto a sus portadores, entre el altar y la multitud.

El Gran Sacerdote Mamani inició la ceremonia con un cántico dirigido al Sol, que los concurrentes corearon. Mientras todos los demás cantaban, dos sacerdotes dirigían el trabajo de los que maniataban a los dos apurucus y los colocaban en el lugar donde iban a ser sacrificados. Terminado el cántico, Apaza, el Sacerdote Carnicero le dio muerte a los animales cortándoles la yugular. La sangre de las llamas fue recogida en fuentes, para preparar yahuarsanco, bollos de harina de maíz amasada con sangre de llamas. A continuación, los sacerdotes sacrificaron las dos llamas de color pardo y mientras unos llevaban a cabo esta tarea, los otros ofrendaban la ropa a la estatua de Pachacámac que estaba dentro de una cavidad horadada en el cerro, detrás del altar.

Al término a la ceremonia, el Gran Sacerdote hizo las ofrendas a Illapa (el Rayo). Estas consistieron en las dos llamas pintas que fueron sacrificadas de la misma forma que las anteriores. Por último, todas las figuras de hombres, mujeres y llamas fueron quemadas, mientras los asistentes adultos bebían chicha de maíz.

Desde el día en que Nayra le informó de la decisión del Curaca Katari de perdonarle la vida a cambio de su juramento de lealtad, Vasco sólo había visto en una ocasión y desde lejos a la Coya Pacsa. Fue al día siguiente de la Fiesta del Sol, a la que Nayra no asistió, en una ceremonia efectuada en la plaza en la cual la joven estuvo todo el tiempo rodeada de sacerdotes. En aquella oportunidad los jóvenes no pudieron hablar entre ellos, porque tal cosa estaba fuera del protocolo.

Vasco, pasaba mucho tiempo con sus alumnos en la plaza del pueblo, mirando con disimulo hacia el Templo del Sol y la casa de las mamaconas. Los niños a los cuales les enseñaba castellano, se retiraban a sus casas a media tarde y Vasco disponía del resto del día para conversar con el Capitán Kari, quien lo instruía acerca de las costumbres y creencias de los incas al tiempo que le refería sus experiencias. Cierto día los dos fueron al Templo del Sol, pues Vasco había manifestado su interés por conocer la Huaca del Reino, lo que sólo era posible con la venia de Nayra, su guardiana principal. La mamacona que salió a atenderlos en la puerta de la casa de las vírgenes del Sol, fue Nakena. A ella, el Capitán Kari le dijo que ambos querían entrar al Templo del Sol a ver la Huaca. La joven entró a la casa y después de unos minutos salió para decirles que debían regresar al día siguiente, promediando la tarde.

Como se les había indicado, Kari y Vasco llegaron al Templo del Sol a media tarde. Nayra y dos mamaconas les esperaban dentro del Templo, listas para iniciar la ceremonia de iluminación de la Huaca con los rayos del Sol, el padre de todos los seres vivos. A Vasco le llamó la atención el interior del Templo, imposible de comparar con las edificaciones que había visto en otros pueblos, a pesar de que de las murallas y el cielo raso estaban estucados con arcilla blanca. No obstante, aquella sencillez le produjo una sensación de paz interior semejante a la que sentía cada vez que entraba a una iglesia.

La Huaca, la que según le había explicado el Capitán Kari había pertenecido al Príncipe Paullo, estaba sobre una mesa cercana a la muralla del fondo, cubierta con una manta de lana. Cuando sus ojos se acostumbraron a la semioscuridad del interior del Templo, Vasco vio un bulto sobre la mesa y gran cantidad de figurillas adornando la muralla. Poco después distinguió a Nayra sentada en una banqueta y a las mamaconas Imilla y Nakena sentadas en el piso.

Iniciando la ceremonia, Nayra se acercó a la mesa efectuando un gracioso movimiento corporal, al ritmo del cántico ceremonial que las mamaconas le coreaban. Al terminar el canto le sacó la manta al bulto, dejando a la vista un bello trozo de cristal de roca. Con una larga vara Nakena abrió un ventanuco en lo alto de la pared por donde entraron los rayos del Sol. Al caer la luz sobre la Huaca, las paredes y el techo de la habitación se iluminaron con los colores del arco iris. Vasco y Kari quedaron impresionados con aquel prodigio.

—¡Oh, Huaca sagrada! —dijo Nayra—: Aliméntate con la luz de Inti (el Sol). ¡Oh, Apu Inti (Señor Sol), Padre de los incas! Entrégale tu fuerza a nuestra Huaca para ella que nos proteja.

Todos se mantuvieron quietos y en silencio hasta que los rayos del Sol dejaron de iluminar la Huaca. Entonces Nayra se acercó ella y la tapó con la manta. En ese momento Kari le indicó a Vasco que debían salir del Templo. Salieron retrocediendo y agachados para demostrar su respeto a la Coya Pacsa, como era la costumbre entre los incas. Cuando las mujeres abandonaron el Templo para dirigirse a la casa de las mamaconas, Kari y Vasco ya habían desaparecido de la plaza del pueblo.

Cierto día el Capitán Kari llegó portando uno de los mosquetes que les habían tomado a los soldados españoles muertos en la última emboscada. Traía el arma secretamente envuelta en su manta y cuando llegaron a un sector alejado del pueblo, detrás de unas elevaciones del terreno, el Capitán le mostró con respeto el mosquete a Vasco, diciéndole: “Traigo el Rayo de los viracochas, para que me enseñes a usarlo.” El arma era de gran calibre, con el cañón de hierro forjado en forma acampanada y muy pesada. Vasco constató que estaba en perfectas condiciones y que además, en un saquito de cuero amarrado a la culata, había una buena porción de pólvora. Sólo faltaban las bolas de hierro que se usaban como proyectiles, la mecha para hacer explotar la pólvora y la horquilla utilizada para apoyar el mosquete en el suelo. Mientras inspeccionaba el trabuco, Vasco pensó en las consecuencias que le podían acarrear a los conquistadores si los indígenas aprendían a usar esas máquinas de guerra. Mientras tomaba una decisión, se entretuvo en el examen del artefacto hasta que recordó que su juramento de ayuda no incluía el adiestramiento militar, sino sólo la enseñanza del castellano a los niños que serían intérpretes. Entonces comenzó a buscar un buen pretexto para negarse a lo que Kari le pedía, sin perder su amistad. Cuando creyó haber encontrado una buena razón como disculpa, dijo: “Tú sabes que yo no soy soldado y que nunca he usado estas armas. Pero ésta está incompleta y así no puede funcionar.” “¿Qué le falta?” “Le faltan algunas partes y sin ellas, no puede producir el rayo que mata.” El Capitán Kari le creyó, pero quedó decepcionado porque había alimentado la esperanza de poder producir aquel rayo mortal, que tantos estragos causaba entre sus guerreros, para emplearlo en contra de los conquistadores.

Los ayllus de los poblados cercanos hacían una vida regida por las mismas normas y períodos de siembra y cosecha señalados por los sacerdotes para toda la Pampa del Tamarugal y nutridas representaciones de ellos acudían a las festividades y ceremonias que se efectuaban en el pueblo de Kachi, donde estaba el Templo del Sol. La presencia de Vasco de Almeyda era conocida de todos y su persona despertaba mucha curiosidad, especialmente entre las mujeres jóvenes y solteras que se sentían atraídas por su juventud, esbelta figura coronada de rubios cabellos y, muy particularmente, por sus bellos ojos azules, color de ojos que casi todas ellas veían por primera vez. Lila, la hermosa hija de Tuku, el Camayoc de uno de aquellos valles, no obstante su noviazgo con el Capitán Huari, se prendó del apuesto lusitano y aprovechando una fiesta familiar que se iba a realizar en el ayllu, le rogó a sus padres que invitaran a Vasco a quien quería conocer de cerca. El padre accedió al pedido de su primogénita, debido a ella era la luz de sus ojos a la que nunca le había negado nada y, también, porque la joven estaba en edad de casarse y el joven extranjero a él también le parecía un buen partido.

Por el hecho de que aquella fiesta iba a durar toda la noche, Vasco asistió en compañía de Kari. Una vez presentado formalmente al Camayoc Tuku, éste quedó favorablemente impresionado por el carácter reservado del joven, su apostura y la seriedad de su persona. Al término de la celebración en público, las familias se recogieron en sus moradas para finiquitar la fiesta en privado.

Entonces Vasco y Kari fueron llevados a la casa del Camayoc donde comieron y bebieron chicha. Al ver cómo su hija miraba arrobada al mancebo peninsular, Tuku llamó a Vasco a su lado y le ofreció su hija para que se la llevara a su casa y viviera con ella, ofrecimiento que produjo la alegría de la madre y la felicidad de la hija. Colocado en ese trance, a Vasco no le quedó más remedio que llevar a las dos mujeres al patio para explicarles sus convicciones acerca del matrimonio y el sexo. Les dijo que no podía vivir con la joven sin casarse con ella y que para él el matrimonio era un sacramento, algo sagrado y para toda la vida. Les explicó que él pensaba que los hijos los mandaba Dios para que fuesen criados por sus padres en la religión de ambos, por lo que él, en primer lugar, no podía casarse con una mujer que no profesaba su misma religión, ya que ello sería un problema para los hijos. La madre de Lila comprendió el punto de vista de Vasco y le agradeció sus explicaciones, pero la hija quedó muy contrariada y Vasco de Almeyda se ganó un enemigo en la persona del Capitán Huari. “Lo que pasa es que él ama a otra mujer.”, le dijo Lila, con rencor, a su madre.

Huaman, que había sido Capitán en el ejército de Atahualpa, también se acercaba a Vasco de Almeyda para conversar con él.

Huaman era de carácter reservado pero con el ex prisionero, tal vez debido a la simpatía de éste, se mostraba amistoso. Vasco tenía interés por conocer la explicación del desmoronamiento del Imperio ante la llegada de una fuerza tan escasa de soldados españoles, de modo que en los contactos con el experimentado guerrero le hacía muchas preguntas. Respondiendo a una de éstas, Huaman le contó el aviso de Quilla al Inca Huayna Capac en relación a la inminente caída del Imperio Inca y en otra ocasión le reveló algunos aspectos de su participación en la última guerra de conquista: “Cuando nuestro Inca Huayna Capac se preparaba para dirigirse al norte, al frente de las operaciones militares destinadas a ampliar el Imperio, mi padre me dijo: ‘Huaman, ha llegado la hora de que tomes las armas’. Me incorporé al Ejército Imperial y participé en las batallas en las que vencimos a los Chachapoyas, a los Cañaris y a los Caras. Mi comportamiento en aquellos combates me valió el ascenso a Capitán y, además, tal como era entonces la costumbre, en señal de reconocimiento recibí de parte del Inca valiosos regalos. El presente que más me llenó de alegría fue Ayma, la más bella y agraciada de todas las acllas. Fue en aquellos días cuando se supo de la presencia en las costas del Perú de un barco tripulado por gentes extrañas, nunca antes vistas.
Recordando el presagio de la Luna, el Inca dio por terminada la campaña de conquista. Poco después de celebrar mi matrimonio con Ayma, repentinamente falleció Huayna Capac, sin haber nombrado sucesor.

—¿No era el hijo mayor del Inca el heredero legítimo? —Cierto, el hijo mayor habido en su hermana era, según la costumbre el sucesor. Pero en este caso, Huascar no tenía la edad para asumir el cargo. Este hecho dio lugar la disputa entre los medio hermanos Atahualpa y Huascar. Atahualpa era mayor de edad pero era hijo de una princesa quiteña, una de las concubinas del Inca. Detrás de ambos se movían dos grupos muy poderosos: los nobles que respaldaban a Huascar para no perder el poder y los generales que apoyaban a Atahualpa, para alcanzarlo. En esta pugna, los capitanes fuimos meros instrumentos.

—Aquella disputa llevaba a la guerra civil. ¿No hubo forma de evitarla?

—Se quiso evitar la guerra civil dividiendo el Imperio, pero el Inca Huascar no lo aceptó y cuando envió a Atoco a someter a su hermano, la guerra civil se hizo inevitable. Por toda respuesta, Atahualpa se levantó en armas.

—¿Quién era Atoco?

—Atoco era un noble, no un militar. A pesar de que luchó con gran valentía, fue derrotado y muerto a orillas del río Ambato. Pero Huascar prosiguió la guerra y en la batalla siguiente, la perdió del todo. En ella se le fue la vida y la de toda su familia.

Finalmente, como ya sabéis, Atahualpa fue apresado y asesinado por Pizarro después de haberle robado su tesoro. Tiempo después, cuando el Inca Manco Capac llamó a rebelarse contra los viracochas, todos los guerreros nos unimos a él y ahora nosotros seguimos luchando para expulsarlos.

Habían transcurrido dos semanas desde la Fiesta del Sol y Vasco estaba desesperado porque llevaba un mes sin conversar con Nayra. Acompañado de sus alumnos pasaba todo el tiempo que podía en la plaza del pueblo, más atento a los movimientos de personas entorno al Templo del Sol y la casa de las mamaconas que a los juegos y bromas de los niños. Éstos habían hecho grandes progresos en el aprendizaje del castellano y todos se sentían muy a gusto con su maestro al que ellos, por su parte, le estaban enseñando los nombres en quechua de los pájaros y las flores que habitaban en las riberas del riachuelo.

Por su parte, Nayra andaba deprimida sin explicarse el motivo. Ni siquiera los cariños de Chasca, la leona, lograban aliviar el peso que oprimía su corazón. Los insistentes ruegos a la Huaca, los ayunos y las purificaciones en las aguas del estero, tampoco aplacaban el mal que la embargaba. Su corazón daba un vuelco y latía apresurado cada vez que divisaba a la distancia el rubio pelo que coronaba la testa de Vasco de Almeyda, flameando como una bandera cuando el joven recorría el pueblo con sus alumnos.

Desde lejos el lusitano era fácilmente identificado por su cabellera, vestimenta y figura, de modo que no tenía ninguna posibilidad de pasar desapercibido.

Un día, cerca de la hora en que los niños almorzaban, de la casa de las mamaconas salió Nakena. Sin poder controlar su repentino impulso, Vasco corrió hacia la joven, alcanzándola antes de que entrara al Templo del Sol.

—Nakena, Nakena —le dijo entre anhelante y turbado—. ¿Puedo hablar contigo?

—Díme qué deseas, pero rápido.

—¿Le sucede algo a Nayra? ¿Está enferma?

—¿Por qué lo preguntas?

—Hace demasiados días que no la veo.

—Eso no tiene nada de particular. Ella es la Esposa del Sol y sólo sale cuando le corresponde participar en alguna ceremonia. El resto del tiempo...

—Pero yo estoy sufriendo sin verla, Nakena.

—Tú no puedes decir eso, mereces ser castigado.

—No me importa, Nakena. ¿Podrías decirle a Nayra lo que siente mi corazón?

—No, no lo haré. Tú ni siquiera deberías mirarla, Vasco. Adiós.

Dando media vuelta Nakena entró al Templo del Sol, donde Nayra, con el corazón agitado dentro del pecho, había escuchado aquella inusitada conversación. En la semipenumbra, Nakena encontró a Nayra mirándola con ojos de espanto. La Coya Pacsa mostraba el asombro que las palabras de Vasco de Almeyda le habían provocado y la oleada de confusos sentimientos que la invadía. Por fin había comprendido que la pena que ella sentía al no poder estar cerca de Vasco como antes, también zahería al lusitano, y ésto la espantaba. Decidió confiar en su amiga y en medio de sollozos, le dijo: “Nakena, soy la Esposa del Sol, lo sé. Pero ¿qué me sucede? La pena que Vasco siente también la siento yo. Ayúdame, amiga mía.”

—¿Cómo podría ayudarte sin pecar? ¿Qué quieres que haga? Lo que tengo que decirte ya se lo he dicho a él y tú me has escuchado.

—Quisiera poder verle a menudo como cuando él estaba cautivo.

—No digas eso, Nayra.

—No lo digo yo, es mi corazón el que habla. Yo sólo dejo fluir las palabras..

Vasco de Almeyda estaba enterado de que los capitanes Huaman y Kari habían combatido en bandos enemigos durante la guerra civil de los incas, entre los medio hermanos Huascar y Atahualpa. Por eso, una vez escuchado el punto de vista de Huaman sobre aquel sangriento conflicto, quiso conocer la versión de Kari. En respuesta a sus preguntas, éste le dijo: “Calicuchima, el Capitán General de Atahualpa, y los capitanes Quizquiz y Ucumari, en las inmediaciones del pueblo de Ambato atacaron a Atoco y sus guerreros, quienes habían sido enviados por el Inca Huascar a disuadir a su hermano de sus pretensiones al poder. A pesar de que los hombres de Atoco combatieron con valentía, fueron derrotados.

Atoco, y los miles de guerreros apresados junto con él, fueron muertos por orden de Atahualpa. A continuación, Atahualpa se dirigió al norte. Cuando los jefes cañaris se enteraron de que Atahualpa se dirigía a sus tierras al frente de sus guerreros, pensando que él se iba a vengar de ellos por haberlo apresado con anterioridad, enviaron a muchos hombres, mujeres y niños a pedirle perdón. Pero Atahualpa no los perdonó y sólo escaparon de la muerte algunos niños. Después Atahualpa hizo la ceremonia ritual y se nombró Inca —En aquellos días había dos Incas. ¿Qué hizo Huascar? —Con la ayuda recibida de parte de los nobles del sur, el Inca Huascar rehizo sus fuerzas y nombró Jefe de su ejército a su hermano Huanca Auqui. Los capitanes Ahuapanti, Inca Roca, Illapa, Urkko y yo mismo, integramos aquel ejército. Cerca de Cajabamba nos encontramos con los guerreros de Atahualpa y nos trabamos en un fiero combate que arrojó miles de muertos. Pero Atahualpa nos venció y después en el Cuzco sus capitanes mataron al Inca Huascar, sus mujeres, todos sus hijos y muchos de sus parientes directos. Los partidarios de Huascar también fuimos perseguidos.

—No obstante, después de unieron.

—Francisco Pizarro nombró Inca a Manco Capac, hermano de Huascar y de Atahualpa, y todos los guerreros de Huascar nos integramos de inmediato a sus tropas. Finalmente, cuando Manco Inca llamó a la rebelión contra los viracochas, todos los capitanes de Atahualpa lo reconocieron como Inca. Olvidando nuestras antiguas diferencias, desde entonces estamos luchando unidos contra los invasores.

Lila, la bella hija del Camayoc Tuku, seguía enamorada de Vasco y no había podido reponerse de la negativa de éste a vivir con ella.

Recurriendo a diversos pretextos visitaba a menudo el pueblo de Kachi. Durante sus visitas la muchacha pernoctaba en casa de unos parientes que servían en la panaca del Curaca y en compañía de sus sirvientas durante el día recorría el pueblo tratando de encontrarse con el hombre de sus sueños.

La joven escuchaba con interés todos los chismes que circulaban de boca en boca, sobre todo los que se referían Vasco, su amado, y sus actividades en el pueblo. De todas aquellas habladurías la joven sacaba sus propias conclusiones, porque en el fondo estaba buscando pistas que le permitieran descubrir cuál era la mujer que él había elegido. Su obsesión era conocer la identidad de su rival, ya que su afiebrada pasión no le permitía perder las esperanzas.

Aprovechando su posición social, Lila conversaba con todas las personas importantes del reino y del pueblo, incluyendo los capitanes, los sacerdotes y los familiares de Katari. Bajo una cuidada capa de falsa simpatía, con la cual lograba engañar a casi toda la gente, la joven ocultaba su carácter mezquino, doble y rencoroso.
Cierto día divisó a Vasco con Nakena a la entrada de la casa de las mamaconas y comenzó a espiarlo. Así se enteró de que el lusitano conversaba casi a diario con Nayra. Guiada por su certero instinto de amante despechada y vengativa, Lila sacó de inmediato la conclusión de que el joven estaba enamorado de la Coya Pacsa. El sentimiento de derrota y el ansia de venganza que le invadió le nubló la razón. Despechada, hizo correr entre la gente del pueblo el rumor de que Vasco tenía una relación secreta e inconfesable con Nayra, la Coya Pacsa.

 

Invitado por el Capitán Kari, Vasco de Almeyda visitó en diversas ocasiones el campo de entrenamiento de los guerreros incas en las afueras del pueblo. Los batallones se reemplazaban unos a otros siguiendo un calendario fijado de antemano. En el Campo de Marte de los indígenas el joven lusitano conoció las diferentes armas de los guerreros y presenció los ejercicios que hacían con ellas.

Haciendo girar a gran velocidad sobre la cabeza unas correas de cuero crudo o de hilos de lana fuertemente trenzados, los guerreros lanzaban a distancia, con gran velocidad y precisión, piedras del tamaño de un puño. Las piedras las sacaban de los lechos de los ríos cordilleranos eligiendo las de forma redonda. Aquellas armas eran las huaracas.

Los ayllos consistían en un conjunto de tres o cuatro cuerdas unidas entre sí con piedras redondas o bolas de madera colocadas dentro de bolsitas de cuero amarradas en los extremos libres de las cuerdas. Las hacían girar en el aire, como las huaracas, y luego las lanzaban contra el enemigo al que inmovilizaban al enrollarse las cuerdas en su cuerpo o en sus extremidades. De aquella forma también detenían a las cabalgaduras. En tiempo de paz las usaban para cazar huanacos, vicuñas y otros animales salvajes, lanzándoselas a las patas para capturarles.

Las puntas de las lanzas de los guerreros eran de cobre, de piedra obsidiana o habían sido endurecidas con fuego. Los lanceros combatían formados en escuadrones que por lo general precedían a los guerreros armados de mazas y espadas con incrustaciones de piedra o de cobre.

A Vasco de Almeya le llamó la atención la destreza de todos en el manejo de estas armas. Aquello se debía, según le explicó Kari, al hecho de que ellos las habían comenzado a usar siendo niños. En cambio no eran especialmente hábiles con el arco y la flecha, ya que esta arma era de uso reciente entre los incas. Fue un aporte de los guerreros de las tribus de la selva amazónica, que fueron de las últimas en ser conquistadas antes de la llegada de Francisco Pizarro y sus soldados. El buen estado físico lo mantenían trotando durante las mañanas, ejercitándose con las armas y efectuando simulacros de combate, por las tardes. Los guerreros eran fuertes y de cuerpo bien proporcionado.

La gente del pueblo transformaba en conjeturas todo aquello que no entendía y de aquel modo acrecentaba los rumores esparcidos por Lila, la hija del Camayoc Tuku en torno a Vasco de Almeyda, las mamaconas y la Coya Pacsa. Preocupado por esos rumores, Kari decidió advertir a Vasco de lo que decía entre el pueblo. El Capitán llegó a la casa del lusitano y, luego de saludarlo, le dijo: “He escuchado ciertas habladurías, Vasco, que me han hecho venir a conversar contigo.”

—¿De qué se trata?

—Se dice que tú estás enamorado de una de las mamaconas.

—Te tengo que reconocer, amigo Kari, que estoy enamorado de Nayra, pero...

—Ella es la Esposa del Sol. ¿No sabes que ella es intocable? ¿No sabes el peligro que corres?

—Lo sé. Pero no puedo evitar amarla...

—Y ella, Vasco, ¿te corresponde?

—No lo sé. Nunca le hablado abiertamente de mi amor.

Al conocer la pasión del portugués por Nayra y pensando en el peligro que corría la Coya Pacsa, el Capitán Kari reprimió sus celos y alertó a Vasco de los peligros que entrañaba su amor, tanto para él como para su amada. Pero los rumores que corrían entre la gente del pueblo ya estaban en conocimiento de las autoridades. El Curaca Katari, que desde hacía tiempo esperaba una escusa adecuada para alcanzar su aspiración de crear su propia dinastía, en reemplazo de los descendientes de los incas, cuyo único representante en la Pampa del Tamarugal era Nayra, estimó que se daban las circunstancias apropiadas para llevar adelante sus planes.

El Curaca sabía que Nayra, aunque había hecho un juramento de castidad perpetua, en un caso excepcional como aquel en el que se encontraba la dinastía de los incas, a punto de desaparecer por falta de descendencia, aquel juramento de castidad podía ser revocado por la máxima jerarquía religiosa o por el propio Inca y Nayra podría contraer matrimonio y dejar herederos legítimos al trono del Inca en la línea sucesoria de Manco Inca.

Para llevar adelante con éxito su plan, el Curaca creía que en el sector militar podía contar con el apoyo del Maestre de Campo Huaman, quien había sido partidario de Atahualpa, lo mismo que los capitanes Yauca y Yunque. Y pensaba que estos guerreros podían ganar para su partido a los capitanes Huari y Vilca y disuadir con la fuerza, si llegaba a ser necesario, al Capitán Kari, quien había formado parte del ejército del Inca Huascar.

Para ganarse o neutralizar a la jerarquía religiosa, Katari había elaborado un plan basado en la personalidad de cada uno de los sacerdotes, a quienes había estado estudiando desde el día en que le nombraron Curaca. En líneas generales, consideraba que a Mamani, el Gran Sacerdote, quien era un fiel servidor de la dinastía de los incas, sólo cabía neutralizarlo o eliminarlo; al ambicioso y solapado Antahuara era posible ganarlo a costa de sobornos; al componedor y tímido Quispe, se le podía presionar; al testarudo Urkko, que tenía un carácter fuerte y era una persona difícil de manejar, había que sacarlo de sus funciones sacerdotales, y, respecto de Apaza, quien llevaba mucho tiempo ubicado en el peldaño más bajo de la escala sacerdotal por ser de escasas luces, el Curaca pensaba que se inclinaría al lado de los vencedores.

Una vez tomada la decisión de acusar de adulterio a la Coya Pacsa a fin de sacarla definitivamente de su camino, Katari centró sus esfuerzos en la preparación de la condena, sobornando y presionando a los sacerdotes que iban a formar parte del tribunal que llevaría adelante el juicio. El Curaca llamó a su presencia a Quispe. En tanto el Confesor se presentó ante él, Katari le espetó: “¿Me puede usted explicar por qué no ha cumplido su misión? Lleva más de tres meses investigando sin encontrar una respuesta satisfactoria al presagio de los dioses.” El interpelado, que no esperaba una acogida tan dura del siempre circunspecto Curaca, se sorprendió. Sin esperar a que el Sacerdote se repusiera de la primera impresión, Katari continuó: “Ahora que el pueblo se ha llenado de rumores, ¿qué piensa hacer usted ? ¡Estamos esperando a que usted resuelva el enigma antes de que las cosas que están ocurriendo se transformen en un problema para todos!”.

—Yo he hecho muchas averiguaciones, que lamentablemente no han dado los resultado esperados, respetado Curaca —respondió Quispe, usando un tono de disculpa que mostraba su temor.

—Precisamente, de eso se trata. A mí me han llegado ciertas informaciones, pero necesito que usted las investigue. Si usted no averigua nada, yo tendría que pedirle al Consejo de Sacerdotes que tome una drástica medida en contra suya.

—¿Cuáles son esas informaciones?

—Las que comenta todo el mundo: que hay una relación impropia entre la Coya Pacsa y el extranjero. Yo necesito que usted confirme estas sospechas, para librar a nuestro reino de males mayores.

—Voy a hacer todo lo que pueda, respetado Curaca.

—¡No sólo lo que pueda, Ichuri Quispe, sino lo que debe. Si Nayra ha pecado, debe ser castigada.

Ofreciéndole el cargo de Gran Sacerdote, para después de concluido el juicio a Nayra, el Curaca Katari sobornó a Antahuara siempre que éste aceptara la culpabilidad de la Coya Pacsa. Al Sacerdote Apaza le resultó fácil convencerlo de la conveniencia de enjuiciar y castigar a Nayra por una falta tan grave como el adulterio, delito que la joven no había cometido pero que en el fondo aquel era un detalle que carecía de importancia. Al cobarde Quispe, Katari lo designó Acusador y al voluntarioso Urkko, al que no pudo convencer de buenas a primeras, lo designó Defensor de la Coya Pacsa, pensando que al fin de cuentas los que iban a decidir serían quienes oficiarían de jueces, es decir, él mismo y los sacerdotes Mamani, Antahuara y Apaza.



(7) Molina, Cristóbal de: “Relación de las fábulas y ritos de los incas”, citado en “La edad del oro”, página 117.

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