Nayra, la Esposa del Sol

Carlos Bongcam Nyss

 

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El Gran Sacerdote puso en conocimiento del Curaca Katari, el acuerdo del Consejo de Sacerdotes del Culto del Sol que acogía y hacía suya la proposición de Nayra, la Coya Pacsa. Dado que Vasco de Almeyda era un prisionero de guerra y para mejor resolver, Katari citó al Maestre de Campo Huaman y al Capitán General Kari.

Ante ellos, el Gran Sacerdote Mamani expuso el asunto que motivaba aquella reunión: Argumentando que el prisionero no le ha hecho daño a ninguno de los nuestros, que no es un soldado y que sería mucho más útil vivo que muerto, la Coya Pacsa ha pedido que no sea sacrificado en la Fiesta del Sol. Yo presenté su proposición al Consejo de Sacerdotes en atención a que mi parecer es que ella actúa guiada por sus buenos sentimientos y de que no había nada censurable en su proposición. En consideración a que los informes sobre el prisionero confirman su buen comportamiento con los indígenas, que aprendió nuestra lengua y que se interesa por nuestras cosas, los sacerdotes acordamos que si él nos juraba fidelidad y prometía ayudarnos, se le podría perdonar la vida.”

—¿En qué nos podría ayudar?

—Podría enseñarle su simi a un grupo de nuestros niños.

—¿Y si intenta escapar?

—Creo que es difícil que lo haga, porque él no conoce esta región y sería muy fácil capturarlo de nuevo —dijo Huaman.

—Para nosotros sería sencillo vigilarle —agregó Kari.

El Curaca estuvo meditando acerca de los pro y contras que presentaba el hecho de perdonarle la vida al prisionero. Si lo dejaba vivo y en libertad, se abría la posibilidad de que la Coya Pacsa cometiera una imprudencia en su relación con el apuesto joven y en tal caso se podrían tomar medidas en contra de ella. Si el prisionero trataba de escapar, se le podía dar muerte sin juicio.

Finalmente, el Curaca sentenció: “Decido que se le deben presentar al prisionero nuestras condiciones. Si él las acepta no será ofrendado al Sol, pero si más adelante intentara escapar sería muerto en el acto. El encargado de hablar con él será el Gran Sacerdote o quien él decida. Después, el extranjero tendrá que prestar un juramento”.

 

Mamani visitó a Nayra y después de los saludos protocolares, le dijo: “Habiéndose confirmado el buen comportamiento del prisionero con los indígenas y que ha aprendido nuestra lengua, si él nos promete fidelidad y acepta enseñarle su simi a un grupo de nuestros niños, los sacerdotes acordamos apoyar su proposición, Honorable Coya Pacsa. A continuación se la llevamos al Curaca.

Él estudió la propuesta y decidió de que si el prisionero aceptaba nuestras condiciones no sería ofrendado al Sol. Pero si intenta escapar, se le daría muerte en el acto. La misión de informarle al prisionero quedó en mis manos, pudiendo yo delegar en otra persona.”

—Hatun Villca Mamani—dijo Nayra, sin ocultar su alegría—: le agradezco sus gestiones y tengo la seguridad de que no se va a arrepentir de haberlas hecho. Ahora le pido que me de la alegría de ser yo la persona que le comunique al prisionero esta decisión.

—No tengo ningún inconveniente, Honorable Coya Pacsa.

Mamani salió de la casa de las mamaconas, dejando a Nayra conteniendo a duras penas su alegría. Luchando para no echarse a correr, la Sacerdotisa Suprema se dirigió de inmediato a la cárcel y en su exaltación olvidó que debía hacerse acompañar por una mamacona. Sólo al llegar ante los guardias que custodiaban la cárcel se dio cuenta de que iba sola. Al Capitán Yunque le extrañó que la Coya Pacsa llegara sin sus habituales acompañantes, pero no puso inconvenientes al pedido de la Sacerdotisa Suprema de que la dejara entrar a la cárcel. Él mismo le abrió la puerta y entró detrás de ella.

Al ver a Nayra entrando a la prisión en forma tan inesperada, Vasco de Almeyda se levantó para saludarla y ella, sin poder contenerse por más tiempo, le dijo: “Si nos prometes fidelidad, no tratar huir y aceptas enseñarle tu idioma a nuestros niños, el Curaca te perdonará la vida y no serás ofrendado a los dioses.” Vasco se quedó mudo de la sorpresa, pues en aquella ocasión no esperaba recibir esa noticia, pero la alegría que desbordó su corazón lo hizo reaccionar como un peninsular: se abalanzó sobre Nayra, la estrechó en sus brazos y con la joven en vilo alcanzó a girar un par de vueltas antes de que los fuertes brazos del Capitán Yunque detuvieran aquella para ellos inaceptable expresión de alegría. El guerrero separó a la pareja con rudeza, lanzando al joven contra una de las paredes de la habitación. El lusitano se golpeó en la cabeza y cayo al piso, pero Nayra se interpuso y con un gesto detuvo al Capitán. La joven le explicó al rudo guerrero que el prisionero no la había atacado, sino que su abrazo había sido una simple muestra de su alegría. Entonces el Capitán se retiró hasta la puerta, dando por superado el incidente.

—Acepto las condiciones que me ponéis —le dijo Vasco a Nayra, una vez recuperada su compostura—. Y ahora, ¿qué tengo que hacer?

—Tendrás que prestar un juramento ante el Curaca, del que serán testigos los sacerdotes y algunos capitanes, pero hasta que llegue ese momento seguirás recluido en esta prisión.

Después del baño diario de purificación en los pozones del estero y una vez en la casa que compartía con las mamaconas, recién Nayra reaccionó al abrazo que le había dado Vasco. Desde que fue elegida como aclla, la joven jamás había sido abrazada por un hombre. Sólo durante la travesía de la cordillera, en medio de la horrible tormenta que mató de frío por igual a personas y bestias, Nayra había dormido abrazada a sus perros de la luna y las acllas y mamaconas encargadas del cuidado de la Huaca del Príncipe Paullo. Después de aquella trágica experiencia, no había vuelto a ser abrazada hasta que Vasco de Almeyda, descontrolado por su alegría, la tomó en sus brazos.

Agarrándola por la cintura, Vasco la había levantando en el aire y luego, apretándola contra el pecho, había alcanzado a dar un par de giros antes de que el rudo Capitán Yunque interviniera como lo hizo. Aquel abrazo, que la sorprendida Nayra desde el principio interpretó como una simple y descontrolada manifestación de alegría del lusitano, también le produjo unas extrañas sensaciones que sólo después, en la tranquilidad de su cuarto, las volvió a sentir. Recordó que mientras Vasco dada vueltas con ella en alzada en vilo, junto con el miedo de caer al piso se había sentido segura en sus brazos. Con toda naturalidad él la había apretado contra su pecho y ese recuerdo la perturbaba. Pero había algo más, inexplicablemente, Nayra no podía apartar de sí el deseo de ser nuevamente abrazada por él.

Aquella noche, la Coya Pacsa soñó que Vasco daba vueltas con ella en sus brazos mirándola con alegría con sus azules ojos de estrella y ella se dejaba llevar hasta que aquella especie de danza era bruscamente detenida por el Maestre de Campo Huaman, quien derribaba a Vasco e intentaba agredirlo con su maza.

A media mañana se abrió la puerta de la celda y el Capitán Vilca entró con media docena de guerreros. Vasco de Almeyda, que se había sobresaltado al verlos, se serenó cuando escuchó que Vilca le decía: “Prepárate, viracocha, te llevaremos ante el Curaca.”

—¿Qué sucede?

—Me han enviado a buscarte, es todo lo que yo sé.

Vasco de Almeyda se vistió sus deterioradas vestimentas y salió al exterior en medio del grupo de guerreros. Caminado de prisa, en pocos minutos llegaron a la casa del Curaca Katari. En el patio interior de la vivienda estuvieron esperando hasta que uno de los sirvientes le dijo a Vilca que entrara con el prisionero. Vilca le explicó a Vasco que ante el Curaca debía entrar descalzo e inclinado. Siempre en medio de sus guardianes, Vasco de Almeyda entró a la espaciosa habitación donde Katari se encontraba sentado en una banqueta colocada arriba de una tarima en la que junto a él, sobre alfombras, estaban sentados los sacerdotes del Culto del Sol, Huamán y sus capitanes y las mujeres del Curaca. Cuando Vasco llegó frente a la tarima, Vilca le indicó que se sentara en una estera extendida en el suelo. A continuación, el Gran Sacerdote, le dijo: Se te ha traído ante la presencia del Curaca Katari para escuchar de tus propios labios si aceptas nuestras condiciones para perdonarte la vida y luego, si éste es el caso, tomarte el juramento. La Coya Pacsa te ha informado de nuestra proposición, por lo que ya la conoces y, según lo que ella me comunicó, en principio habéis aceptado. Si es así, daremos comienzo a la ceremonia del juramento.” Vasco dijo que así era y entonces los cuatro sacerdotes restantes se levantaron y retrocediendo inclinados para no darle la espalda al Curaca se fueron a colocar a ambos lados de Vasco en reemplazo de los guerreros quienes, retrocediendo en la misma forma que los sacerdotes, se retiraron hasta las puertas de la sala. Luego el Curaca se puso de pie sobre la tarima y lo mismo hizo el Gran Sacerdote a nivel del suelo para luego, en tono solemne, decir: “¡Oh, Hatun Inti (Supremo Sol). Invocando tu presencia vamos a solemnizar el juramento de Vasco! Vasco: te hemos ofrecido respetar tu vida si bajo juramento nos prometes lealtad y ayuda en la tarea de enseñar tu lengua a nuestros niños. Con la condición de no intentar huir, pero, si lo intentaras seríais muerto allí donde se te diera alcance. ¿Prometes ante Hatun Inti que de corazón aceptas nuestra propuesta? Si aceptas, debes decirlo.”

—De corazón les prometo lealtad y acepto vuestras propuestas.

—Te habéis comprometido ante el Sol, Vasco. Y nosotros te creemos.

A continuación las mujeres del Curaca tomaron unas bellas vasijas de greda con chicha y la escanciaron en vasos de oro que luego repartieron entre los varones presentes, comenzando por Katari y dejando a Vasco de Almeyda para el final. El Curaca hizo un brindis en honor del Sol y todos bebieron, dando por terminada de aquella forma la ceremonia.

Al término de la ceremonia del juramento de Vasco de Almeyda, el Gran Sacerdote le informó de que a partir de aquel momento sería considerado como un miembro más de la comunidad inca, que seguiría viviendo en la casa que había sido su prisión, solo que de ella podría salir y entrar libremente. También le dijo que, si lo apetecía, podía contraer matrimonio o vivir amancebado con cualquiera de las muchas jóvenes solteras que había en los ayllus.

Agregó Mamani que el encargado de enseñarle las costumbres del Reino y de explicarle sus tareas y deberes sería el Capitán Kari quien, por estar convaleciente de sus heridas, estaría en reposo durante un cierto período.

Aquel mismo día, unas mujeres de la Panaca del Curaca le llevaron frazadas tejidas de lana de llama y cueros a medio curtir, con los cuales le hicieron una cama mucho más confortable que la que había estado usando como prisionero. Las mujeres asearon la pieza que había sido su prisión y en ella instalaron una rústica mesa, un banco sin respaldo y una banqueta para sentarse. Terminadas estas tareas, la más vieja de las mujeres le dijo a Vasco que todos los días ellas le traerían comida. En tanto salieron las mujeres, el Capitán Kari entró a la vivienda, para decirle: “Tengo la misión de darte a conocer las costumbres en este reino y tus tareas. Mientras se seleccionan los niños a los cuales les enseñarás tu idioma, tendremos algunos días para esto. Mañana por la mañana comenzaremos. Por ahora sólo debo decirte que debes estar dentro de esta casa antes de que oscurezca y no podrás salir de noche al exterior, porque los guardias que vigilan el pueblo, lo interpretarán como un intento de fuga y ya sabes lo que eso significaría para ti.

—Para hacer tus necesidades tendrás que usar los mismos tiestos que utilizabas cuando estabas preso.

—¿Por qué tantas restricciones?

—No te olvides de que estamos en guerra. ¿Tienes otra pregunta?

—Por el momento, ninguna.

A la mañana siguiente Vasco desayunó con los alimentos que le llevaron las mujeres y, tal como él lo había anticipado, el Capitán Kari fue a buscarlo temprano. Después de los saludos, Kari le dijo: “Vamos a recorrer el pueblo, para que lo conozcas.” El pueblo de Kachi había sido levantado en un corte en la meseta, una quebrada, en un sector en que ésta tenía cuarenta metros de profundidad, alrededor de trescientos de metros de anchura y más de media legua de longitud. Por el fondo discurría un estero cuyas aguas provenían del deshielo de las nieves eternas de la cordillera de los Andes. El Templo del Sol, la plaza y las casas principales estaban sobre una planicie arrimada a la pared norte del cañadón.

Para llegar al estero, desde la plaza, había que caminar una cuadra y media, descendiendo cerca de quince metros. Los dos ayllus que vivían en el pueblo, habían levantado sus viviendas en sectores opuestos, a partir de los espacios libres de la planicie alrededor de la plaza. Las viviendas de los sectores bajos cercanos al curso natural del estero, que habían sido arrastradas por las aguas durante las lluvias caídas en hatun pucuy (marzo), ya habían sido reconstruidas.

La casa donde Vasco había estado preso y en la que iba vivir a partir de aquel día, quedaba cerca de la plaza, el centro de todas las celebraciones y rituales. En plaza estaba la piedra de los sacrificios y en torno a ella se ubicaban el Templo del Sol, las casas de las mamaconas y de las acllas; las habitaciones de los sacerdotes y las casas del Curaca. Los capitanes y sus guerreros vivían en construcciones que habían levantado hacia el poniente, alejadas del pueblo. De aquella forma los escuadrones de guerreros, que se turnaban para mantener una guardia, no interferían la vida de los habitantes de Kachi y podían realizar con tranquilidad sus ejercicios de guerra.

El Capitán Kari le explicó a Vasco de Almeyda que mientras los guerreros no estaban en campaña, en ejercicios o de guardia, participaban en las tareas habituales de sus ayllus respectivos, en las quebradas y valles secretos donde estaban ubicados, haciendo una vida normal con sus mujeres e hijos y los demás miembros de su comunidad. Los ayllus estaban gobernados por Camayoc, los que se mantenían permanentemente comunicados con el Curaca por medio de un efectivo servicio de chasquis. No obstante, el Capitán Kari se cuidó de referirle a Vasco que el Camino de los Incas, que atravesaba de norte a sur la Pampa del Tamarugal y el Desierto de Atacama, era vigilado de forma continua por los indígenas atacameños y diaguitas, quienes enviaban las noticias con los chasquis. De esta forma, todo el territorio del Reino de la Pampa del Tamarugal contaba con un efectivo sistema de información, que hacía viable su defensa.

Después de mostrarle al recién perdonado prisionero los límites del terreno en el cual se podía mover libremente durante el día, el Capitán Kari llevó a Vasco al sector del estero cordillerano donde estaba permitido bañarse. Aquel sitio estaba ubicado al poniente del pueblo, una vez que las aguas del estero, que se utilizaban para beber y preparar los alimentos, habían atravesado el sector donde vivía la gente. Pensando en que Nayra se bañaba allí todos los atardeceres, Kari le dijo a Vasco que él sólo podía bañarse por las mañanas.

—Nosotros estamos en contacto con el sucesor de Manco, el Inca Xairi Tupac. Él vive en un valle secreto de los Andes y a él estamos sometidos.

—Según he sabido —le respondió Vasco—, únicamente el Inca puede dictar la pena de muerte. ¿Autorizó el Inca la muerte de los españoles que andaban conmigo?

—No. Tus compañeros no fueron ajusticiados, sino sacrificados a Inti. Manteniendo la tradición de los incas, en nuestro reino sólo se condena a muerte a los autores de ciertos delitos y a los homicidas, adúlteros y violadores.

 

Cierto día al atardecer, mientras el Sol se estaba poniendo y sus rayos sólo iluminaban a gran altura, un grupo de cóndores volaba majestuosamente en los últimos vestigios de la luz solar. El Capitán Kari y Vasco de Almeyda observaban, sin hablar, el vuelo de las aves. Entre los dos hombres habían surgido algunos lazos de amistad basados en el modo de ser sincero y franco que a ambos caracterizaba. A medida que lo iba conociendo en profundidad, aumentaba la admiración que Vasco sentía por Kari. Al cabo de unos momentos en silencio, le preguntó: “Kari: ¿Cómo llegaste a ser Capitán y por qué tus guerreros te son tan fieles?”

—En el Ejército del Inca, los grados se ganaban en el campo de batalla. Los guerreros que me acompañan proceden de los ayllus de la comarca donde mi padre era Curaca. Todos somos como parientes y nos conocemos desde niños. De ahí viene la fidelidad.

—Pero tú eres noble.

—Es cierto. Pero los jóvenes, nobles y plebeyos, al mismo tiempo de ser iniciados como adultos, pasábamos a ser guerreros. En mi caso sucedió así: Poco tiempo después de haber terminado los estudios en la escuela para nobles, creada por Inca Roca, un día mi padre me dijo: “Entrarás como yana en la panaca del Inca, donde yo presto mis servicios.” Estando en esa condición alcancé la edad para ser iniciado en el mundo de los adultos y guerreros. La Huarachicuy (Iniciación) duró cuatro meses.

Comenzó en cuyaq raymi (octubre) cuando mi madre, junto a las madres de los demás jóvenes que también iban a ser iniciados, empezaron a tejer los vestidos que íbamos a usar en las ceremonias. Eran éstos el huara (calzón), la uncu (camiseta), la yaccolla (manta) y el llautu (banda tejida de lana que se arrolla en la cabeza).

—Es notable la variedad y belleza de los colores con los que tiñen la lana las mujeres y la finura de los tejidos —acotó Vasco.

—En el mes de noviembre —prosiguió Kari— iniciamos los ritos en el cerro Huanacauri, donde Ayar Uchu (hermano del primer Inca) está transformado en piedra. Durante los ocho primeros días del mes, nuestros padres y parientes nos prepararon las usutas (sandalias) y con cabuya (cuero crudo) nos hicieron las huaracas (hondas).

Pasamos una noche en el cerro Huanacauri, imitando ritualmente la llegada al Cuzco de nuestros antepasados, y presentamos nuestras ofrendas a la Huaca de Ayar Uchu, donde los tarpuntaes (sacerdotes) nos dieron a cada uno una huaraca y nos pintaron la cara con la sangre de un llama macho recién sacrificado. En ayamarca raymi (mes de diciembre) se efectuaron las celebraciones principales. Los participantes en la ceremonia de iniciación teníamos que estar en estado de pureza. Nosotros los jóvenes la conseguíamos dejando de consumir sal y ají, lo que ya habíamos comenzado a hacer el primer día de ayamarca raymi. Los adultos se purifican dejando de consumir sal, ají, carne y chicha y mediante la abstinencia sexual. Forma parte de la purificación la confesión de pecados tales como fornicación, robos, faltas al ritual o brujería. Los miembros de la familia del Inca se confiesan directamente al Sol y luego se bañan en un río pidiéndole a éste que se lleve sus pecados. Nosotros los nobles y la gente común vamos donde un Ichuri (Confesor) a quien le damos a conocer nuestras faltas. El Ichuri, echando suertes con cuentas o examinando las entrañas de un cuy, ve si la confesión ha sido veraz. Si el auspicio es negativo, exige una nueva confesión. A los infractores se les imponen penitencias, como ayunos, que finalizan con un baño para lavarse las faltas.

—Tengo entendido que Quispe es el Ichuri aquí en la Pampa del Tamarugal —intervino Vasco.

—Así es, Vasco. Sigo con mi relato: A todos los jóvenes que nos estábamos iniciando nos raparon la cabeza en medio de la plaza.

Una vez que estuvimos vestidos salieron a la plaza las ñustas con unos cantaritos de greda bellamente decorados, llenos de chicha.

Bebimos, y después, junto a las ñustas, nuestros padres y demás parientes nos dirigimos a los Templos del Sol y del Trueno para sacar las Huacas a la plaza. Las mamaconas sacaron en andas la Huaca de Quilla, que estaba a cargo de ellas. Otro tanto hicieron los varones con las momias de sus antepasados, las que estaban secas, sentadas con los brazos cruzados sobre el pecho, con sus cabelleras intactas y con las insignias propias de su rango. Las momias eran livianas, de modo que un hombre podía llevar una sobre sus hombros. En la plaza los padres presentaron a sus hijos que iban a ser iniciados. Entonces salió el Inca y se fue a colocar junto a la esfinge de Inti (el Sol). Nosotros nos pusimos de pie y, de acuerdo a nuestro rango, fuimos a adorar a Inti y al Inca. Ante ellos hicimos una reverencia y permanecimos de pie hasta el mediodía. Con Inti en su cenit hicimos las reverencias rituales a las Huacas y le pedimos licencia al Inca para hacer nuestros sacrificios. Nos dirigimos nuevamente al cerro Huanacauri, esta vez con un napa (llama macho). Fuimos en procesión, con nuestros parientes.

Además del napa llevamos el Sunturpaucar (estandarte real) y varios apurucus (llamas machos viejos) para el sacrificio.

Durante la noche pernoctamos al pie del cerro en un lugar llamado Matahua y al día siguiente al amanecer dejamos los llamas para el sacrificio al pie del cerro y en ayunas subimos a lo alto, hasta donde estaba el Templo. Allí les entregamos nuestras huaracas a los tarpuntaes y un Narac (Carnicero) dio muerte a cinco llamas machos que luego fueron quemados delante de la Huaca. Mientras los cuerpos de los animales se consumían en la hoguera, el Huillca Huma (Sumo Sacerdote) solemnemente, exclamó: «¡Oh, Huanacauri! padre nuestro, siempre el Hacedor Apu Inti, Illapa y Quilla sean mozos y no envejezcan, y el Inca tu hijo sea siempre mozo, y en todas sus cosas siempre haya bien; y nosotros tus hijos y descendientes que ahora te hacemos esta fiesta, el Hacedor, Sol y Trueno y Luna y Tú nos tened siempre de vuestras manos y nos dad lo necesario para nuestra vivenda.» (7)

Los tarpuntaes les sacaron sangre a los apucurus y con ella nos pintaron la cara y nos devolvieron las hondas, diciéndonos: «¡Tomad estas huaracas. Os las da la Huaca de Huanacauri para que os hagáis guerreros!» En el camino de regreso al Cuzco, nuestros parientes nos esperaban ocultos en una quebrada donde nos asaltaron por sorpresa arrebatándonos las huaracas. Mientras nos daban latigazos, nos decían: «¡Os azotamos para que seáis valientes!»

A mediados de capac raymi (mes de enero) los jóvenes nos congregamos en la plaza del Cuzco y allí el Huillca Huma nos repartió huaras y uncus.

Nos vestimos aquellas prendas y fuimos al cerro Anahuarque. en aquel lugar nuestros parientes nos volvieron a azotar. Luego participamos en una carrera, que terminó con más ofrendas en el cerro Ravaraya, y regresamos a la plaza del Cuzco a bailar huari.

Después fuimos al cerro Yavira y en aquel sitio, tras nuevas ofrendas, azotes y bailes, recibimos finalmente las huaras tejidas por nuestras madres y, de parte del Inca, orejeras de oro que nos atamos a las orejas. Para purificarnos nos fuimos a dar un baño en la fuente de Calispuquio. Terminado el baño ritual, cada uno de nosotros recibimos, de parte de un tío materno, nuestras armas de guerra.

Para Vasco de Almeyda, la vida en el pueblo transcurrió casi sin variaciones hasta que conoció a los ocho muchachos, entre siete y doce años de edad, que habían sido seleccionados para que él les enseñara castellano. Una yana de la casa del Curaca fue la encargada de presentarle a Vasco sus alumnos. Cada niño, al momento de decir su nombre, dio un paso al frente. De aquella forma el improvisado maestro pudo saber cómo se llamaban sus alumnos y de paso reconocer a algunos de los que habían participado en el líquido recibimiento que él y los soldados españoles habían tenido cuando llegaron como prisioneros.

También formaba parte del grupo el muchacho que se abstuvo de orinarlos.
Vasco, cuya única experiencia en la enseñanza había sido asistir como alumno a la escuela de la parroquia de su pueblo, debió improvisar como maestro. Comenzó recorriendo el poblado con sus alumnos, enseñándoles el nombre en castellano de todas las cosas y aprovechaba todo lo que los niños hacían para enseñarle los verbos. Al mismo tiempo, él aprendía quechua con la ayuda de sus alumnos. Debido al juramento de lealtad prestado por Vasco, ellos lo consideraban uno de los suyos, y muy pronto el maestro improvisado se interiorizó de las rutinas de Kachi, el poblado secreto de los incas de la Pampa del Tamarugal. Y de la misma forma se hizo apreciado y respetado por sus discípulos.

Aprovechando los frecuentes diálogos que surgían entre ellos Vasco le preguntó a un alumno que le había orinado cuando llegó prisionero, por qué lo había hecho. El niño le respondió que mear al enemigo derrotado o muerto, era una forma mostrarle odio y desprecio. Entonces Vasco le preguntó al niño, que no le había orinado, si acaso él no odiaba a los españoles. El muchacho le respondió: “Odio a los viracochas por cómo ellos se comportan con nosotros, por sus crímenes, sus abusos con las mujeres y sus robos, pero yo no les oriné porque no quise ser tal como eran ellos.”

 

Un día, mientras Vasco y sus alumnos descansaban luego de la merienda del mediodía, un niño comenzó a tocar una ocarina hecha de greda cocida. Al oír aquel instrumento de viento, Vasco concibió la idea de enseñarle a los alumnos algunas canciones de su tierra, como una forma de acrecentar el vocabulario de los niños.

Al punto le surgió la necesidad de disponer de un instrumento y se dio a la tarea de buscar los materiales para hacerse una bandurria en reemplazo de la que desapareció cuando fue hecho prisionero..

Vasco había visto que los escasos guerreros que manejaban arcos y flechas, usaban cuerdas de tripas crudas, retorcidas y secas, para sus arcos. En Portugal los músicos hacían cuerdas semejantes para las guitarras y otros instrumentos, por lo que a él le resultó fácil resolver aquella parte de su proyecto. Después se dio a la tarea de buscar madera para hacer la caja. Conversando con sus alumnos les explicó qué era lo que necesitaba y los muchachos decidieron ayudarle. Fue así como un día un niño le llevó a Vasco la caparazón de un armadillo, pensando que la podía usar como caja.

Dada su anchura, Vasco calculó que a lo sumo se podrían usar cuatro o cinco cuerdas. Conseguir el resto de los materiales necesarios no fue difícil, de modo que en un par de semanas terminó la parte de resonancia de la bandurria. En el intertanto había torcido y puesto a secar cuerdas de tripa de diversos grosores, de modo que una semana más adelante, su instrumento estaba listo. Para afinarlo necesitó otra semana, al cabo de la cual dio su primer concierto. Los indígenas quedaron sorprendidos y maravillados, porque nunca habían escuchado un instrumento de cuerdas como el de Vasco de Almeyda, ni el tipo de canciones que él cantaba. Pronto comenzaron a llegar los músicos locales con caparazones de armadillos para que él les enseñara a fabricar instrumentos semejantes. Vasco accedió con entusiasmo, de modo que al poco tiempo su modelo de bandurria había traspasado las fronteras de la región.

Transcurría el mes de junio y era invierno. Un invierno en nada parecido al de la península ibérica, porque en la Pampa del Tamarugal no llovía y durante el día la temperatura era agradable.

Sólo nevaba en las cumbres de las altas montañas. La fecha en que se iba a celebrar la Inti Raymi (Fiesta del Sol) llegó cuando las noches eran las más largas del año. En reemplazo del cerro Manturcalla, cercano al Cuzco, donde los incas creían que el Sol bajaba a dormir, los sacerdotes de la Pampa de Tamarugal habían elegido un cerro de las inmediaciones, ubicado al poniente del poblado.

Hacia ese lugar salió en procesión toda la comunidad encabezada por el Curaca y el Gran Sacerdote. La gente iba contenta, todos vestidos de fiesta con sus mejores galas. Junto con el estandarte del Curaca, los guerreros llevaban al Napa del Reino, un llama macho de color blanco que simbolizaba el primero de su especie que apareció después del diluvio. Le seguían ocho guerreros distinguidos que cargaban sobre sus hombros, de cuatro en cuatro, dos apurucus, llamas viejos, mientras otro grupo llevaba de tiro dos llamas de color pardo y dos llamas pintas. Detrás iba un grupo de indígenas cargado con ropa, con llamas hechas con cueros rellenos con paja y con figuras labradas en madera, con forma de hombres y mujeres, vestidas con sus prendas características.

Cantando y bailando, adultos y niños se iban entremezclando.

A cierta distancia de los pies del cerro, donde había un muro de rocas, se detuvo la multitud. Los sacerdotes se ubicaron delante de un altar de piedra construido al comienzo de la ladera del cerro, mientras el Curaca y su panaca hacían lo propio a un costado de la rústica construcción. Al lado contrario se colocaron los capitanes con los guerreros que portaban la Sunturpaucar (divisa) del Curaca, los estandartes de los seis batallones y el Napa. Los animales que iban a ser sacrificados quedaron, junto a sus portadores, entre el altar y la multitud.

El Gran Sacerdote Mamani inició la ceremonia con un cántico dirigido al Sol, que los concurrentes corearon. Mientras todos los demás cantaban, dos sacerdotes dirigían el trabajo de los que maniataban a los dos apurucus y los colocaban en el lugar donde iban a ser sacrificados. Terminado el cántico, Apaza, el Sacerdote Carnicero le dio muerte a los animales cortándoles la yugular. La sangre de las llamas fue recogida en fuentes, para preparar yahuarsanco, bollos de harina de maíz amasada con sangre de llamas. A continuación, los sacerdotes sacrificaron las dos llamas de color pardo y mientras unos llevaban a cabo esta tarea, los otros ofrendaban la ropa a la estatua de Pachacámac que estaba dentro de una cavidad horadada en el cerro, detrás del altar.

Al término a la ceremonia, el Gran Sacerdote hizo las ofrendas a Illapa (el Rayo). Estas consistieron en las dos llamas pintas que fueron sacrificadas de la misma forma que las anteriores. Por último, todas las figuras de hombres, mujeres y llamas fueron quemadas, mientras los asistentes adultos bebían chicha de maíz.

Desde el día en que Nayra le informó de la decisión del Curaca Katari de perdonarle la vida a cambio de su juramento de lealtad, Vasco sólo había visto en una ocasión y desde lejos a la Coya Pacsa. Fue al día siguiente de la Fiesta del Sol, a la que Nayra no asistió, en una ceremonia efectuada en la plaza en la cual la joven estuvo todo el tiempo rodeada de sacerdotes. En aquella oportunidad los jóvenes no pudieron hablar entre ellos, porque tal cosa estaba fuera del protocolo.

Vasco, pasaba mucho tiempo con sus alumnos en la plaza del pueblo, mirando con disimulo hacia el Templo del Sol y la casa de las mamaconas. Los niños a los cuales les enseñaba castellano, se retiraban a sus casas a media tarde y Vasco disponía del resto del día para conversar con el Capitán Kari, quien lo instruía acerca de las costumbres y creencias de los incas al tiempo que le refería sus experiencias. Cierto día los dos fueron al Templo del Sol, pues Vasco había manifestado su interés por conocer la Huaca del Reino, lo que sólo era posible con la venia de Nayra, su guardiana principal. La mamacona que salió a atenderlos en la puerta de la casa de las vírgenes del Sol, fue Nakena. A ella, el Capitán Kari le dijo que ambos querían entrar al Templo del Sol a ver la Huaca. La joven entró a la casa y después de unos minutos salió para decirles que debían regresar al día siguiente, promediando la tarde.

Como se les había indicado, Kari y Vasco llegaron al Templo del Sol a media tarde. Nayra y dos mamaconas les esperaban dentro del Templo, listas para iniciar la ceremonia de iluminación de la Huaca con los rayos del Sol, el padre de todos los seres vivos. A Vasco le llamó la atención el interior del Templo, imposible de comparar con las edificaciones que había visto en otros pueblos, a pesar de que de las murallas y el cielo raso estaban estucados con arcilla blanca. No obstante, aquella sencillez le produjo una sensación de paz interior semejante a la que sentía cada vez que entraba a una iglesia.

La Huaca, la que según le había explicado el Capitán Kari había pertenecido al Príncipe Paullo, estaba sobre una mesa cercana a la muralla del fondo, cubierta con una manta de lana. Cuando sus ojos se acostumbraron a la semioscuridad del interior del Templo, Vasco vio un bulto sobre la mesa y gran cantidad de figurillas adornando la muralla. Poco después distinguió a Nayra sentada en una banqueta y a las mamaconas Imilla y Nakena sentadas en el piso.

Iniciando la ceremonia, Nayra se acercó a la mesa efectuando un gracioso movimiento corporal, al ritmo del cántico ceremonial que las mamaconas le coreaban. Al terminar el canto le sacó la manta al bulto, dejando a la vista un bello trozo de cristal de roca. Con una larga vara Nakena abrió un ventanuco en lo alto de la pared por donde entraron los rayos del Sol. Al caer la luz sobre la Huaca, las paredes y el techo de la habitación se iluminaron con los colores del arco iris. Vasco y Kari quedaron impresionados con aquel prodigio.

—¡Oh, Huaca sagrada! —dijo Nayra—: Aliméntate con la luz de Inti (el Sol). ¡Oh, Apu Inti (Señor Sol), Padre de los incas! Entrégale tu fuerza a nuestra Huaca para ella que nos proteja.

Todos se mantuvieron quietos y en silencio hasta que los rayos del Sol dejaron de iluminar la Huaca. Entonces Nayra se acercó ella y la tapó con la manta. En ese momento Kari le indicó a Vasco que debían salir del Templo. Salieron retrocediendo y agachados para demostrar su respeto a la Coya Pacsa, como era la costumbre entre los incas. Cuando las mujeres abandonaron el Templo para dirigirse a la casa de las mamaconas, Kari y Vasco ya habían desaparecido de la plaza del pueblo.

Cierto día el Capitán Kari llegó portando uno de los mosquetes que les habían tomado a los soldados españoles muertos en la última emboscada. Traía el arma secretamente envuelta en su manta y cuando llegaron a un sector alejado del pueblo, detrás de unas elevaciones del terreno, el Capitán le mostró con respeto el mosquete a Vasco, diciéndole: “Traigo el Rayo de los viracochas, para que me enseñes a usarlo.” El arma era de gran calibre, con el cañón de hierro forjado en forma acampanada y muy pesada. Vasco constató que estaba en perfectas condiciones y que además, en un saquito de cuero amarrado a la culata, había una buena porción de pólvora. Sólo faltaban las bolas de hierro que se usaban como proyectiles, la mecha para hacer explotar la pólvora y la horquilla utilizada para apoyar el mosquete en el suelo. Mientras inspeccionaba el trabuco, Vasco pensó en las consecuencias que le podían acarrear a los conquistadores si los indígenas aprendían a usar esas máquinas de guerra. Mientras tomaba una decisión, se entretuvo en el examen del artefacto hasta que recordó que su juramento de ayuda no incluía el adiestramiento militar, sino sólo la enseñanza del castellano a los niños que serían intérpretes. Entonces comenzó a buscar un buen pretexto para negarse a lo que Kari le pedía, sin perder su amistad. Cuando creyó haber encontrado una buena razón como disculpa, dijo: “Tú sabes que yo no soy soldado y que nunca he usado estas armas. Pero ésta está incompleta y así no puede funcionar.” “¿Qué le falta?” “Le faltan algunas partes y sin ellas, no puede producir el rayo que mata.” El Capitán Kari le creyó, pero quedó decepcionado porque había alimentado la esperanza de poder producir aquel rayo mortal, que tantos estragos causaba entre sus guerreros, para emplearlo en contra de los conquistadores.

Los ayllus de los poblados cercanos hacían una vida regida por las mismas normas y períodos de siembra y cosecha señalados por los sacerdotes para toda la Pampa del Tamarugal y nutridas representaciones de ellos acudían a las festividades y ceremonias que se efectuaban en el pueblo de Kachi, donde estaba el Templo del Sol. La presencia de Vasco de Almeyda era conocida de todos y su persona despertaba mucha curiosidad, especialmente entre las mujeres jóvenes y solteras que se sentían atraídas por su juventud, esbelta figura coronada de rubios cabellos y, muy particularmente, por sus bellos ojos azules, color de ojos que casi todas ellas veían por primera vez. Lila, la hermosa hija de Tuku, el Camayoc de uno de aquellos valles, no obstante su noviazgo con el Capitán Huari, se prendó del apuesto lusitano y aprovechando una fiesta familiar que se iba a realizar en el ayllu, le rogó a sus padres que invitaran a Vasco a quien quería conocer de cerca. El padre accedió al pedido de su primogénita, debido a ella era la luz de sus ojos a la que nunca le había negado nada y, también, porque la joven estaba en edad de casarse y el joven extranjero a él también le parecía un buen partido.

Por el hecho de que aquella fiesta iba a durar toda la noche, Vasco asistió en compañía de Kari. Una vez presentado formalmente al Camayoc Tuku, éste quedó favorablemente impresionado por el carácter reservado del joven, su apostura y la seriedad de su persona. Al término de la celebración en público, las familias se recogieron en sus moradas para finiquitar la fiesta en privado.

Entonces Vasco y Kari fueron llevados a la casa del Camayoc donde comieron y bebieron chicha. Al ver cómo su hija miraba arrobada al mancebo peninsular, Tuku llamó a Vasco a su lado y le ofreció su hija para que se la llevara a su casa y viviera con ella, ofrecimiento que produjo la alegría de la madre y la felicidad de la hija. Colocado en ese trance, a Vasco no le quedó más remedio que llevar a las dos mujeres al patio para explicarles sus convicciones acerca del matrimonio y el sexo. Les dijo que no podía vivir con la joven sin casarse con ella y que para él el matrimonio era un sacramento, algo sagrado y para toda la vida. Les explicó que él pensaba que los hijos los mandaba Dios para que fuesen criados por sus padres en la religión de ambos, por lo que él, en primer lugar, no podía casarse con una mujer que no profesaba su misma religión, ya que ello sería un problema para los hijos. La madre de Lila comprendió el punto de vista de Vasco y le agradeció sus explicaciones, pero la hija quedó muy contrariada y Vasco de Almeyda se ganó un enemigo en la persona del Capitán Huari. “Lo que pasa es que él ama a otra mujer.”, le dijo Lila, con rencor, a su madre.

Huaman, que había sido Capitán en el ejército de Atahualpa, también se acercaba a Vasco de Almeyda para conversar con él.

Huaman era de carácter reservado pero con el ex prisionero, tal vez debido a la simpatía de éste, se mostraba amistoso. Vasco tenía interés por conocer la explicación del desmoronamiento del Imperio ante la llegada de una fuerza tan escasa de soldados españoles, de modo que en los contactos con el experimentado guerrero le hacía muchas preguntas. Respondiendo a una de éstas, Huaman le contó el aviso de Quilla al Inca Huayna Capac en relación a la inminente caída del Imperio Inca y en otra ocasión le reveló algunos aspectos de su participación en la última guerra de conquista: “Cuando nuestro Inca Huayna Capac se preparaba para dirigirse al norte, al frente de las operaciones militares destinadas a ampliar el Imperio, mi padre me dijo: ‘Huaman, ha llegado la hora de que tomes las armas’. Me incorporé al Ejército Imperial y participé en las batallas en las que vencimos a los Chachapoyas, a los Cañaris y a los Caras. Mi comportamiento en aquellos combates me valió el ascenso a Capitán y, además, tal como era entonces la costumbre, en señal de reconocimiento recibí de parte del Inca valiosos regalos. El presente que más me llenó de alegría fue Ayma, la más bella y agraciada de todas las acllas. Fue en aquellos días cuando se supo de la presencia en las costas del Perú de un barco tripulado por gentes extrañas, nunca antes vistas.

Recordando el presagio de la Luna, el Inca dio por terminada la campaña de conquista. Poco después de celebrar mi matrimonio con Ayma, repentinamente falleció Huayna Capac, sin haber nombrado sucesor.

—¿No era el hijo mayor del Inca el heredero legítimo? —Cierto, el hijo mayor habido en su hermana era, según la costumbre el sucesor. Pero en este caso, Huascar no tenía la edad para asumir el cargo. Este hecho dio lugar la disputa entre los medio hermanos Atahualpa y Huascar. Atahualpa era mayor de edad pero era hijo de una princesa quiteña, una de las concubinas del Inca. Detrás de ambos se movían dos grupos muy poderosos: los nobles que respaldaban a Huascar para no perder el poder y los generales que apoyaban a Atahualpa, para alcanzarlo. En esta pugna, los capitanes fuimos meros instrumentos.

—Aquella disputa llevaba a la guerra civil. ¿No hubo forma de evitarla?

—Se quiso evitar la guerra civil dividiendo el Imperio, pero el Inca Huascar no lo aceptó y cuando envió a Atoco a someter a su hermano, la guerra civil se hizo inevitable. Por toda respuesta, Atahualpa se levantó en armas.

—¿Quién era Atoco?

—Atoco era un noble, no un militar. A pesar de que luchó con gran valentía, fue derrotado y muerto a orillas del río Ambato. Pero Huascar prosiguió la guerra y en la batalla siguiente, la perdió del todo. En ella se le fue la vida y la de toda su familia.

Finalmente, como ya sabéis, Atahualpa fue apresado y asesinado por Pizarro después de haberle robado su tesoro. Tiempo después, cuando el Inca Manco Capac llamó a rebelarse contra los viracochas, todos los guerreros nos unimos a él y ahora nosotros seguimos luchando para expulsarlos.

Habían transcurrido dos semanas desde la Fiesta del Sol y Vasco estaba desesperado porque llevaba un mes sin conversar con Nayra. Acompañado de sus alumnos pasaba todo el tiempo que podía en la plaza del pueblo, más atento a los movimientos de personas entorno al Templo del Sol y la casa de las mamaconas que a los juegos y bromas de los niños. Éstos habían hecho grandes progresos en el aprendizaje del castellano y todos se sentían muy a gusto con su maestro al que ellos, por su parte, le estaban enseñando los nombres en quechua de los pájaros y las flores que habitaban en las riberas del riachuelo.

Por su parte, Nayra andaba deprimida sin explicarse el motivo. Ni siquiera los cariños de Chasca, la leona, lograban aliviar el peso que oprimía su corazón. Los insistentes ruegos a la Huaca, los ayunos y las purificaciones en las aguas del estero, tampoco aplacaban el mal que la embargaba. Su corazón daba un vuelco y latía apresurado cada vez que divisaba a la distancia el rubio pelo que coronaba la testa de Vasco de Almeyda, flameando como una bandera cuando el joven recorría el pueblo con sus alumnos.

Desde lejos el lusitano era fácilmente identificado por su cabellera, vestimenta y figura, de modo que no tenía ninguna posibilidad de pasar desapercibido.

Un día, cerca de la hora en que los niños almorzaban, de la casa de las mamaconas salió Nakena. Sin poder controlar su repentino impulso, Vasco corrió hacia la joven, alcanzándola antes de que entrara al Templo del Sol.

—Nakena, Nakena —le dijo entre anhelante y turbado—. ¿Puedo hablar contigo?

—Díme qué deseas, pero rápido.

—¿Le sucede algo a Nayra? ¿Está enferma?

—¿Por qué lo preguntas?

—Hace demasiados días que no la veo.

—Eso no tiene nada de particular. Ella es la Esposa del Sol y sólo sale cuando le corresponde participar en alguna ceremonia. El resto del tiempo...

—Pero yo estoy sufriendo sin verla, Nakena.

—Tú no puedes decir eso, mereces ser castigado.

—No me importa, Nakena. ¿Podrías decirle a Nayra lo que siente mi corazón?

—No, no lo haré. Tú ni siquiera deberías mirarla, Vasco. Adiós.

Dando media vuelta Nakena entró al Templo del Sol, donde Nayra, con el corazón agitado dentro del pecho, había escuchado aquella inusitada conversación. En la semipenumbra, Nakena encontró a Nayra mirándola con ojos de espanto. La Coya Pacsa mostraba el asombro que las palabras de Vasco de Almeyda le habían provocado y la oleada de confusos sentimientos que la invadía. Por fin había comprendido que la pena que ella sentía al no poder estar cerca de Vasco como antes, también zahería al lusitano, y ésto la espantaba. Decidió confiar en su amiga y en medio de sollozos, le dijo: “Nakena, soy la Esposa del Sol, lo sé. Pero ¿qué me sucede? La pena que Vasco siente también la siento yo. Ayúdame, amiga mía.”

—¿Cómo podría ayudarte sin pecar? ¿Qué quieres que haga? Lo que tengo que decirte ya se lo he dicho a él y tú me has escuchado.

—Quisiera poder verle a menudo como cuando él estaba cautivo.

—No digas eso, Nayra.

—No lo digo yo, es mi corazón el que habla. Yo sólo dejo fluir las palabras..

Vasco de Almeyda estaba enterado de que los capitanes Huaman y Kari habían combatido en bandos enemigos durante la guerra civil de los incas, entre los medio hermanos Huascar y Atahualpa. Por eso, una vez escuchado el punto de vista de Huaman sobre aquel sangriento conflicto, quiso conocer la versión de Kari. En respuesta a sus preguntas, éste le dijo: “Calicuchima, el Capitán General de Atahualpa, y los capitanes Quizquiz y Ucumari, en las inmediaciones del pueblo de Ambato atacaron a Atoco y sus guerreros, quienes habían sido enviados por el Inca Huascar a disuadir a su hermano de sus pretensiones al poder. A pesar de que los hombres de Atoco combatieron con valentía, fueron derrotados.

Atoco, y los miles de guerreros apresados junto con él, fueron muertos por orden de Atahualpa. A continuación, Atahualpa se dirigió al norte. Cuando los jefes cañaris se enteraron de que Atahualpa se dirigía a sus tierras al frente de sus guerreros, pensando que él se iba a vengar de ellos por haberlo apresado con anterioridad, enviaron a muchos hombres, mujeres y niños a pedirle perdón. Pero Atahualpa no los perdonó y sólo escaparon de la muerte algunos niños. Después Atahualpa hizo la ceremonia ritual y se nombró Inca —En aquellos días había dos Incas. ¿Qué hizo Huascar? —Con la ayuda recibida de parte de los nobles del sur, el Inca Huascar rehizo sus fuerzas y nombró Jefe de su ejército a su hermano Huanca Auqui. Los capitanes Ahuapanti, Inca Roca, Illapa, Urkko y yo mismo, integramos aquel ejército. Cerca de Cajabamba nos encontramos con los guerreros de Atahualpa y nos trabamos en un fiero combate que arrojó miles de muertos. Pero Atahualpa nos venció y después en el Cuzco sus capitanes mataron al Inca Huascar, sus mujeres, todos sus hijos y muchos de sus parientes directos. Los partidarios de Huascar también fuimos perseguidos.

—No obstante, después de unieron.

—Francisco Pizarro nombró Inca a Manco Capac, hermano de Huascar y de Atahualpa, y todos los guerreros de Huascar nos integramos de inmediato a sus tropas. Finalmente, cuando Manco Inca llamó a la rebelión contra los viracochas, todos los capitanes de Atahualpa lo reconocieron como Inca. Olvidando nuestras antiguas diferencias, desde entonces estamos luchando unidos contra los invasores.

Lila, la bella hija del Camayoc Tuku, seguía enamorada de Vasco y no había podido reponerse de la negativa de éste a vivir con ella.

Recurriendo a diversos pretextos visitaba a menudo el pueblo de Kachi. Durante sus visitas la muchacha pernoctaba en casa de unos parientes que servían en la panaca del Curaca y en compañía de sus sirvientas durante el día recorría el pueblo tratando de encontrarse con el hombre de sus sueños.

La joven escuchaba con interés todos los chismes que circulaban de boca en boca, sobre todo los que se referían Vasco, su amado, y sus actividades en el pueblo. De todas aquellas habladurías la joven sacaba sus propias conclusiones, porque en el fondo estaba buscando pistas que le permitieran descubrir cuál era la mujer que él había elegido. Su obsesión era conocer la identidad de su rival, ya que su afiebrada pasión no le permitía perder las esperanzas.

Aprovechando su posición social, Lila conversaba con todas las personas importantes del reino y del pueblo, incluyendo los capitanes, los sacerdotes y los familiares de Katari. Bajo una cuidada capa de falsa simpatía, con la cual lograba engañar a casi toda la gente, la joven ocultaba su carácter mezquino, doble y rencoroso.
Cierto día divisó a Vasco con Nakena a la entrada de la casa de las mamaconas y comenzó a espiarlo. Así se enteró de que el lusitano conversaba casi a diario con Nayra. Guiada por su certero instinto de amante despechada y vengativa, Lila sacó de inmediato la conclusión de que el joven estaba enamorado de la Coya Pacsa. El sentimiento de derrota y el ansia de venganza que le invadió le nubló la razón. Despechada, hizo correr entre la gente del pueblo el rumor de que Vasco tenía una relación secreta e inconfesable con Nayra, la Coya Pacsa.

 

Invitado por el Capitán Kari, Vasco de Almeyda visitó en diversas ocasiones el campo de entrenamiento de los guerreros incas en las afueras del pueblo. Los batallones se reemplazaban unos a otros siguiendo un calendario fijado de antemano. En el Campo de Marte de los indígenas el joven lusitano conoció las diferentes armas de los guerreros y presenció los ejercicios que hacían con ellas.

Haciendo girar a gran velocidad sobre la cabeza unas correas de cuero crudo o de hilos de lana fuertemente trenzados, los guerreros lanzaban a distancia, con gran velocidad y precisión, piedras del tamaño de un puño. Las piedras las sacaban de los lechos de los ríos cordilleranos eligiendo las de forma redonda. Aquellas armas eran las huaracas.

Los ayllos consistían en un conjunto de tres o cuatro cuerdas unidas entre sí con piedras redondas o bolas de madera colocadas dentro de bolsitas de cuero amarradas en los extremos libres de las cuerdas. Las hacían girar en el aire, como las huaracas, y luego las lanzaban contra el enemigo al que inmovilizaban al enrollarse las cuerdas en su cuerpo o en sus extremidades. De aquella forma también detenían a las cabalgaduras. En tiempo de paz las usaban para cazar huanacos, vicuñas y otros animales salvajes, lanzándoselas a las patas para capturarles.

Las puntas de las lanzas de los guerreros eran de cobre, de piedra obsidiana o habían sido endurecidas con fuego. Los lanceros combatían formados en escuadrones que por lo general precedían a los guerreros armados de mazas y espadas con incrustaciones de piedra o de cobre.

A Vasco de Almeya le llamó la atención la destreza de todos en el manejo de estas armas. Aquello se debía, según le explicó Kari, al hecho de que ellos las habían comenzado a usar siendo niños. En cambio no eran especialmente hábiles con el arco y la flecha, ya que esta arma era de uso reciente entre los incas. Fue un aporte de los guerreros de las tribus de la selva amazónica, que fueron de las últimas en ser conquistadas antes de la llegada de Francisco Pizarro y sus soldados. El buen estado físico lo mantenían trotando durante las mañanas, ejercitándose con las armas y efectuando simulacros de combate, por las tardes. Los guerreros eran fuertes y de cuerpo bien proporcionado.

La gente del pueblo transformaba en conjeturas todo aquello que no entendía y de aquel modo acrecentaba los rumores esparcidos por Lila, la hija del Camayoc Tuku en torno a Vasco de Almeyda, las mamaconas y la Coya Pacsa. Preocupado por esos rumores, Kari decidió advertir a Vasco de lo que decía entre el pueblo. El Capitán llegó a la casa del lusitano y, luego de saludarlo, le dijo: “He escuchado ciertas habladurías, Vasco, que me han hecho venir a conversar contigo.”

—¿De qué se trata?

—Se dice que tú estás enamorado de una de las mamaconas.

—Te tengo que reconocer, amigo Kari, que estoy enamorado de Nayra, pero...

—Ella es la Esposa del Sol. ¿No sabes que ella es intocable? ¿No sabes el peligro que corres?

—Lo sé. Pero no puedo evitar amarla...

—Y ella, Vasco, ¿te corresponde?

—No lo sé. Nunca le hablado abiertamente de mi amor.

Al conocer la pasión del portugués por Nayra y pensando en el peligro que corría la Coya Pacsa, el Capitán Kari reprimió sus celos y alertó a Vasco de los peligros que entrañaba su amor, tanto para él como para su amada. Pero los rumores que corrían entre la gente del pueblo ya estaban en conocimiento de las autoridades. El Curaca Katari, que desde hacía tiempo esperaba una escusa adecuada para alcanzar su aspiración de crear su propia dinastía, en reemplazo de los descendientes de los incas, cuyo único representante en la Pampa del Tamarugal era Nayra, estimó que se daban las circunstancias apropiadas para llevar adelante sus planes.

El Curaca sabía que Nayra, aunque había hecho un juramento de castidad perpetua, en un caso excepcional como aquel en el que se encontraba la dinastía de los incas, a punto de desaparecer por falta de descendencia, aquel juramento de castidad podía ser revocado por la máxima jerarquía religiosa o por el propio Inca y Nayra podría contraer matrimonio y dejar herederos legítimos al trono del Inca en la línea sucesoria de Manco Inca.

Para llevar adelante con éxito su plan, el Curaca creía que en el sector militar podía contar con el apoyo del Maestre de Campo Huaman, quien había sido partidario de Atahualpa, lo mismo que los capitanes Yauca y Yunque. Y pensaba que estos guerreros podían ganar para su partido a los capitanes Huari y Vilca y disuadir con la fuerza, si llegaba a ser necesario, al Capitán Kari, quien había formado parte del ejército del Inca Huascar.

Para ganarse o neutralizar a la jerarquía religiosa, Katari había elaborado un plan basado en la personalidad de cada uno de los sacerdotes, a quienes había estado estudiando desde el día en que le nombraron Curaca. En líneas generales, consideraba que a Mamani, el Gran Sacerdote, quien era un fiel servidor de la dinastía de los incas, sólo cabía neutralizarlo o eliminarlo; al ambicioso y solapado Antahuara era posible ganarlo a costa de sobornos; al componedor y tímido Quispe, se le podía presionar; al testarudo Urkko, que tenía un carácter fuerte y era una persona difícil de manejar, había que sacarlo de sus funciones sacerdotales, y, respecto de Apaza, quien llevaba mucho tiempo ubicado en el peldaño más bajo de la escala sacerdotal por ser de escasas luces, el Curaca pensaba que se inclinaría al lado de los vencedores.

Una vez tomada la decisión de acusar de adulterio a la Coya Pacsa a fin de sacarla definitivamente de su camino, Katari centró sus esfuerzos en la preparación de la condena, sobornando y presionando a los sacerdotes que iban a formar parte del tribunal que llevaría adelante el juicio. El Curaca llamó a su presencia a Quispe. En tanto el Confesor se presentó ante él, Katari le espetó: “¿Me puede usted explicar por qué no ha cumplido su misión? Lleva más de tres meses investigando sin encontrar una respuesta satisfactoria al presagio de los dioses.” El interpelado, que no esperaba una acogida tan dura del siempre circunspecto Curaca, se sorprendió. Sin esperar a que el Sacerdote se repusiera de la primera impresión, Katari continuó: “Ahora que el pueblo se ha llenado de rumores, ¿qué piensa hacer usted ? ¡Estamos esperando a que usted resuelva el enigma antes de que las cosas que están ocurriendo se transformen en un problema para todos!”.

—Yo he hecho muchas averiguaciones, que lamentablemente no han dado los resultado esperados, respetado Curaca —respondió Quispe, usando un tono de disculpa que mostraba su temor.

—Precisamente, de eso se trata. A mí me han llegado ciertas informaciones, pero necesito que usted las investigue. Si usted no averigua nada, yo tendría que pedirle al Consejo de Sacerdotes que tome una drástica medida en contra suya.

—¿Cuáles son esas informaciones?

—Las que comenta todo el mundo: que hay una relación impropia entre la Coya Pacsa y el extranjero. Yo necesito que usted confirme estas sospechas, para librar a nuestro reino de males mayores.

—Voy a hacer todo lo que pueda, respetado Curaca.

—¡No sólo lo que pueda, Ichuri Quispe, sino lo que debe. Si Nayra ha pecado, debe ser castigada.

Ofreciéndole el cargo de Gran Sacerdote, para después de concluido el juicio a Nayra, el Curaca Katari sobornó a Antahuara siempre que éste aceptara la culpabilidad de la Coya Pacsa. Al Sacerdote Apaza le resultó fácil convencerlo de la conveniencia de enjuiciar y castigar a Nayra por una falta tan grave como el adulterio, delito que la joven no había cometido pero que en el fondo aquel era un detalle que carecía de importancia. Al cobarde Quispe, Katari lo designó Acusador y al voluntarioso Urkko, al que no pudo convencer de buenas a primeras, lo designó Defensor de la Coya Pacsa, pensando que al fin de cuentas los que iban a decidir serían quienes oficiarían de jueces, es decir, él mismo y los sacerdotes Mamani, Antahuara y Apaza.

 

El juicio a la Coya Pacsa se efectuó en la casa de gobierno del Curaca. El propio Katari y los sacerdotes Mamani, Antahuara y Apaza hicieron el papel de jueces. Quispe ofició de Acusador y Urkko, de Defensor de Nayra, la única acusada. Los testigos que Quispe llamó a comparecer ante el tribunal lo hicieron por separado y prestaron sus declaraciones en ausencia de Nayra.

El primer testigo llamado por el Acusador fue la mamacona Nakena. Respondiendo a las preguntas de Quispe, la joven dijo que ella pensaba que la Coya Pacsa había enfermado de un mal desconocido, por cuanto la joven lloraba al encontrarse en soledad, andaba desacostumbradamente intranquila y no podía conciliar el sueño, y que ella creía que era el alma de Nayra la que sufría, porque al principio le dolía que al prisionero lo fueran a sacrificar y más adelante ni ella misma sabía qué era lo que le pasaba.
La mamacona Thika fue la siguiente testigo presentado por Quispe.

Interrogada por el Acusador, la joven aseguró que no sabía si Coya Pacsa había estado enferma antes de Inti Raymi (Fiesta del Sol) o si sólo la había perdido el sueño y su alegría a causa de la tristeza que le producía el hecho de que se acercaba la fecha del sacrificio de Vasco de Almeyda. Thika afirmó que ella no había visto a Vasco besarle la mano a Nayra.

El tercer testigo fue la mamacona Imilla quien, sin ninguna duda, afirmó que ella creía que Nayra estaba apenada porque iban a sacrificar al prisionero de la celeste mirada que le había dado un beso en la mano. Pero agregó que Vasco no le dirigía miradas impropias a la Coya Pacsa.

El cuarto testigo fue Lila, la despechada hija del Camayoc Tuku.
La muchacha confirmó que Vasco de Almeyda había rechazado tomarla como concubina y terminó su testimonio afirmando que ella creía que la razón por la cual el lusitano no la había aceptado se debía al hecho de que estaba enamorado de otra mujer. Pero no fue capaz de decir quién era la afortunada.

El Capitán Yunque fue el quinto testigo llamado por Quispe. El guerrero se limito a declarar lo que había visto: que Vasco había, estrechado a la Coya Pacsa en sus brazos girando un par de vueltas con ella en vilo antes de que él le arrebatara a la joven con violencia y que luego Nayra le había explicado que aquel abrazo de Vasco había sido una muestra de su alegría.

El sexto testigo presentado por el Acusador fue el Capitán Kari quien fue derechamente al grano al decir que él reconocía su afecto por Nayra, de la que se había enamorado durante el viaje de Almagro a Chile, manteniendo durante aquel tiempo la esperanza de que al regresar al Perú, el Inca Manco se la daría por esposa. El fracaso del alzamiento contra los viracochas y la creación del Reino de la Pampa del Tamarugal, con la consiguiente elevación de Nayra al rango de Coya Pacsa, había dado al traste con sus esperanzas. Agregó que a Nayra la seguía amando pero que jamás le había dicho una palabra acerca de sus sentimientos. Kari terminó su testimonio reconociendo que había espiado a la joven mientras ésta se bañaba y que siempre la miraba con admiración, pero que nunca la joven Coya Pacsa se había enterado de su pasión.

El séptimo y último testigo fue Vasco de Almeyda quien con gran ingenuidad reconoció su amor por la Coya Pacsa y cayó en contradicciones cuando Quispe le preguntó si le había participado aquellos sentimientos a Nayra. Al final de su comparencia, dándose cuenta de que su primera declaración podía prestarse para ser mal interpretada, negó rotundamente que ella le hubiese dado a conocer de alguna forma que le correspondía aquellos sentimientos.

Luego de las declaraciones de los testigos, el Tribunal hizo una pausa. A continuación compareció Nayra, la Coya Pacsa. La joven tomó asiento en una banqueta sobre una tarima, quedando su hermosa cabeza más arriba que la de todos los presentes, incluido el Curaca, dando así por cumplida la regla del protocolo social de los incas. En respuesta a la inquisitoria a la que fue sometida por Quispe, Nayra declaró que desde hacía unos meses sentía un inexplicable dolor en el pecho y no podía dormir; que le había pedido consejo a la Huaca sin haber hallado alivio; que nunca el Capitán Kari le había hablado de sus sentimientos; que con Vasco conversaba de los dioses y de la naturaleza y que el día en que él le dijo que ella lloraría cuando lo mataran, no había podido evitar llorar; que en señal de agradecimiento en cierta ocasión el joven le había dado un beso en una mano, y que al comunicarle la conmutación de su sacrificio Vasco le había abrazado. Finalmente expresó que su proposición en favor de la vida del ex prisionero se había demostrado como un hecho muy provechoso para todos. A las últimas preguntas, que se las hizo el Curaca, respondió que jamás le había faltado al Sol, del cual era su esposa, y que no amaba a Vasco ni a ningún otro hombre.

Terminada la comparencia de Nayra, ésta abandonó la sala y, en compañía de sus amigas que la estaban esperando en el exterior, regresó a la casa las mamaconas. A continuación, los miembros del Tribunal se tomaron una pausa mientras Quispe preparaba su intervención.

Ante la sola presencia de los miembros del Tribunal, el Acusador, hizo un resumen de las declaraciones afirmando que, según los testigos, los hechos eran los siguientes: que la Coya Pacsa había perdido su habitual serenidad, su alegría y el sueño por la pena que sentía cuando a Vasco lo iban a sacrificar. Que Lila, la hija del Camayoc pensaba que Vasco la había rechazado porque estaba enamorado de otra mujer. Que Vasco había reconocido su amor por la Coya Pacsa, negando que ella le correspondiera. Que el Capitán Kari también había reconocido que amaba a Nayra y que la había espiado pero que nunca le había dado a conocer sus sentimientos. Que por su parte la Coya Pacsa había reconocido que un extraño dolor en el corazón no le permitía dormir; que le había pedido consejo a la Huaca sin hallar alivio; que nunca el Capitán Kari le había hablado de amor; que había llorado pensando que a Vasco lo iban a sacrificar, y que aunque el joven le había besado una mano y la había abrazado, ella jamás le había faltado a su Esposo, el Sol.

—Estos son los hechos —afirmó Quispe—. De ellos se desprende que los sentimientos del Capitán Kari no habían trascendido, por lo que no afectaban ni a Nayra ni a él mismo. Que Vasco ama a la Coya Pacsa y de que ésta le ha permitido al joven que la abrazara y le besara una mano, sin denunciarlo. En resumen, he llegado a la conclusión de que la Coya Pacsa ha faltado a su juramento de castidad y Vasco ha cometido el delito violación. Ante estas trasgresiones, de acuerdo a las normas del Imperio Inca sólo cabe condenarlos a ambos.

A continuación le correspondió el turno a Urkko, el Defensor.

Éste, que ya se había dado cuenta de que el juicio que se le estaba haciendo a la Coya Pacsa no era imparcial y en la seguridad de que sus palabras no iban a ser tomadas en cuenta, decidió ir de inmediato al grano: “Honorables miembros de este Tribunal: los hechos presentados a ustedes por el Acusador, son claramente ambiguos. Y sacados del contexto en que ocurrieron se pueden interpretar de formas opuestas. De ese modo, lo que fue un acto legítimo e inocente, dentro de la cultura de Vasco, desde el punto de vista de nosotros los incas puede ser considerado un delito. Me refiero al beso que Vasco le dio en la mano a la Coya Pacsa y al abrazo con el cual Vasco manifestó su alegría. Pero también la presentación del Acusador es inexacta, pues nuestras normas consideran como adulterio, un delito muy grave que se castiga con la muerte de ambos delincuentes, la consumación del acto carnal entre un hombre y una mujer. No se puede, por tanto, afirmar que un beso en una mano y un abrazo de alegría hayan sido una violación, como el Acusador lo afirma. Finalmente, si este Tribunal considerara que el Acusador tuviera la razón en sus planteamientos, como desgraciadamente yo tengo el temor de que así va a suceder, para aplicarle la pena de muerte a los acusados se debe pedir la autorización al Inca Xairi Tupac, quien es la única autoridad con facultad para decretar la pena de muerte, especialmente en el caso de la Coya Pacsa quien es hija del Huillac Huma y, por lo tanto, pariente del actual Inca.” Terminada la intervención del Defensor, éste y el Acusador, abandonaron la sala para permitir que el Tribunal deliberase.

Pronto quedó en claro, en la discusión de los cuatro jueces, que los mesurados argumentos del Gran Sacerdote Mamani, no eran tomados en consideración por los sacerdotes Antahuara y Apaza a quienes el Curaca Katari había sobornado. Finalmente, los tres jueces que estaban predispuestos a condenar a la Coya Pacsa, se impusieron por mayoría sobre el anciano Mamani y acogieron la propuesta del Acusador. Una vez acordada la sentencia, Nayra entró al Tribunal y tomó ubicación en el lugar correspondiente a su rango. Antahuara, el encargado de comunicarle lo acordado, le dijo: “Honorable Coya Pacsa: este Tribunal le ha encontrado culpable del delito de adulterio y, de acuerdo con las normas de los incas, le hemos condenado a muerte conjuntamente con Vasco de Almeyda, el violador. La pena se cumplirá al amanecer del séptimo día a contar de hoy y será por despeñamiento. A partir de ahora, usted permanecerá recluida en la cárcel colindante con la casa de las mamaconas.” Después hicieron entrar a Vasco de Almeyda, le notificaron la sentencia a la pena de muerte y un piquete de guerreros lo condujo a la casa donde vivía y allí lo dejaron preso.

Evitando darle expresión a su gran sorpresa, el Capitán Kari se enteró de que Katari había condenado a muerte a Nayra y a Vasco por los delitos de adulterio y violación. Le invadió una enorme indignación, pero tuvo buen cuidado de no expresarla. La certeza de que se estaba cometiendo una injusticia, acentuada por el hecho de que se acusara y condenara falsamente nada menos que a la mujer que él amaba, estuvo a punto de sacarlo de sus casillas. En un primer momento, pensó enfrentar directamente al Curaca para hacerle ver el error que estaba cometiendo. Pero luego, pensando que cualquier petición en tal sentido que hiciera en aquellos momentos no iba a ser oída, a duras penas controló sus impulsos de pasar a la acción y comenzó a pensar en la mejor forma de solucionar aquel terrible problema. Entonces decidió consultar a Mamani, el Gran Sacerdote, quien le recordó que las penas de muerte debían ser autorizadas por el Inca, sobre todo por tratarse en este caso de Nayra, una persona que llevaba su misma sangre.

Según la opinión de Mamani, había que apelar al Inca Xairi Tupac, quien a la sazón se encontraba en Vilcabamba. En atención a que la condena establecía que la Coya Pacsa sería ejecutada dentro de siete días, la única solución consistía en sacar a Nayra de la prisión y llevarla personalmente ante el Inca. Consciente de que una acción de esa naturaleza desencadenaría en la Pampa del Tamarugal un proceso de imprevisibles consecuencias, Kari decidió consultar la opinión de Huari y Vilca, ambos capitanes de su confianza junto a los cuales había combatido en el Ejército del Inca Huascar. Los dos capitanes, que ya habían comentado entre ellos la sorprendente condena atribuyéndola acertadamente a la aspiración del Curaca Katari de establecer su propia dinastía en el la Pampa del Tamarugal, se pusieron incondicionalmente a las órdenes de Kari, dispuestos a correr los riesgos que fuesen necesarios con la finalidad de salvar a la única representante en la región de la noble casta de los incas.

La hermosa Nayra, encerrada en la casa-cárcel anexa al Templo del Sol a la espera del día en que iba a ser despeñada y apedreada hasta la muerte, estaba atónita y no se explicaba lo que estaba sucediendo. Sabiéndose inocente, las acusaciones del Tribunal le parecían una pesadilla.

Para Vasco de Almeyda, el retorno a la condición de prisionero había sido como el despertar de un hermoso sueño, aunque ya su estado de ánimo no le permitía distinguir entre el día y la noche.

Lo que más le martirizaba, sin embargo, era saber que por su culpa iban a matar a su amada, algo completamente impensable unas horas atrás. Transcurridos los primeros momentos, en los que estuvo paralizado por una profunda depresión, surgió en él la decisión de hacer todo lo que estuviera de su mano para corregir los errores que habían producido la injusta sentencia que afectaba a Nayra, porque en él mismo ya no pensaba.
El Maestre de Campo Huaman respaldaba al Curaca Katari, porque vislumbraba ante sí la posibilidad de transformarse en el poder detrás el trono, lo mismo que los antiguos generales habían querido ser cuando le dieron su total apoyo a Atahualpa. El experimentado guerrero sabía que contaba con la fidelidad de los capitanes Yauca y Yunque quienes había pertenecido al Ejército de Atahualpa y pensaba que iba a poder convencer a los capitanes Huari y Vilca.

La antigua rivalidad que mantenía con Kari, le hacía desconfiar de este prestigioso guerrero por lo que, en tanto se enteró de la sentencia en contra de la Coya Pacsa, le ordenó a Atico, su lugarteniente, que vigilara los movimientos de Kari y colocó al Capitán Yauca y sus hombres a cargo de la guardia de los presos.

Sabiéndose estrechamente vigilado, el Capitán Kari se valió de las mamaconas Thika y Nakena y del Gran Sacerdote para hacer los preparativos de su plan. Mamani le comunicó al Capitán Vilca que aquel mismo día, como estaba establecido, tomara su turno en el campo de entrenamiento en reemplazo a los guerreros de Yauca, quienes regresarían a sus pueblos al día siguiente. Thika, que le proporcionaba los alimentos a Vasco, le llevó el mensaje de que en la noche del tercer día en prisión se acostara vestido y se quedara a la espera de los acontecimientos que habrían de producirse a la medianoche. Lo mismo le dijo Nakena a Nayra. El Capitán Huari recibió la orden de reunir a sus hombres en sus pueblos, y quedarse a la espera de los mensajes que Kari le enviaría con los chasquis.

Por su parte, el Capitán Kari le ordenó a sus guerreros llegar en secreto a la tercera noche a las afueras al pueblo de Kachi a juntarse con él. El plan de Kari era entrar en el pueblo a la medianoche, asaltar simultáneamente las dos cárceles, liberar a Nayra y a Vasco y escapar con ellos al desierto. El objetivo era llevar a la Coya Pacsa al valle de Vilcabamba para que se presentara ante el Inca Xairi Tupac a fin de éste anulara la condena a muerte dictada en su contra por el Curaca Katari.

La aparente inmovilidad del Capitán Kari había engañado quienes le vigilaban, los que no esperaban que el legendario guerrero tomara una iniciativa inesperada, tal como la que éste había decidido llevar a cabo. Confiado en los informes de sus espías, el Maestre de Campo Huaman permitió que una vez entregada la guardia del campo de entrenamiento militar, el Capitán Yauca y sus guerreros se retiraran a sus pueblos, como solían hacerlo en tiempos normales. Incluso él mismo se limitó a poner en alerta a sus oficiales, dejando al resto de sus hombres en sus ayllus, en sus ocupaciones habituales. En resumen, Huaman sólo tenía a la mano al Capitán Yunque y sus guerreros, los que por estar a cargo del pueblo de Kachi tenían la responsabilidad de resguardar las prisiones donde estaban recluidos Nayra y Vasco de Almeyda. El relevo de la guardia de las cárceles se hacía a la medianoche y era normal que los guardianes nocturnos se durmieran poco tiempo después.

Aquella noche la luna se encontraba en cuarto menguante y su tenue luz no era suficiente para iluminar la tierra. Poco antes de la medianoche, amparado por la oscuridad, el Capitán Kari salió por los fondos de su casa y avanzando agazapado subió por el barranco hasta la meseta. Una vez allí, caminando de prisa se dirigió al sitio donde le estaban esperando sus guerreros. Luego de reunirse con ellos envió dos chasquis, separados media hora el uno del otro, al Capitán Huari con la instrucción de partir de inmediato con sus hombres hacia un punto del desierto donde se iban a encontrar. En caso de portar órdenes de guerra o instrucciones repentinas o desacostumbradas, era costumbre enviar dos chasquis, el segundo de ellos con la confirmación de las órdenes o instrucciones, para así evitar la desgracia de un mal entendido. Al mismo tiempo dos chasquis, también separados por media hora de camino se dirigieron al campo de entrenamiento militar a comunicarle al Capitán Vilca que la operación destinada a rescatar a los presos de las cárceles estaba en marcha. Otros mensajeros de Kari partieron a los pueblos donde vivían las familias de sus propios hombres y las de los guerreros del Capitán Vilca, para advertirles que debían buscar refugio en las montañas a fin de evitar posibles represalias, dado que estaba por producirse una guerra civil. Todos los ayllus de la Pampa del Tamarugal tenían lugares secretos en los valles de las montañas a los cuales podían escapar para eludir a los conquistadores españoles, por lo que aquella medida Kari la había dejado para último momento a fin de no despertar las sospechas de los espías. En tanto partieron los primeros mensajeros, Kari y sus hombres se pusieron en marcha hacia el pueblo.

El Capitán Kari dividió sus guerreros en cuatro grupos. Dos de éstos recibieron la misión de asaltar las cárceles para rescatar a Nayra y a Vasco; un tercer grupo tomó posiciones entre la cárcel de Vasco, la más alejada de la salida del pueblo, y la casa en la que pernoctaba el Capitán Huaman y su escolta personal, y el cuarto grupo se ubicó a lo largo de la calle por la cual saldrían del pueblo, con el fin de prevenir una sorpresa y proteger la retirada de todos los componentes del batallón. Las dos cárceles fueron atacadas simultáneamente y en silencio, sorprendiendo a los guardias dormidos, debido a lo cual no hubo derramamiento de sangre. Una vez amarrados y amordazados los carceleros, Nayra y Vasco recuperaron la libertad y en compañía de Nakena y Thika, que se les unieron voluntariamente, fueron conducidos hacia el desierto.

En los momentos en que abandonaban el pueblo los últimos guerreros de Kari, uno de los guardianes de la cárcel de Vasco, que no fue reducido porque al producirse el asalto se encontraba alejado de la prisión haciendo sus necesidades, al regresar a su puesto encontró a sus compañeros amarrados y dio la alarma.

Mientras el Capitán Kari y sus guerreros, llevando a la Coya Pacsa y a Vasco de Almeyda consigo, se dirigían al lugar donde les iba a estar esperando el Capitán Vilca y sus guerreros, Huaman se puso en movimiento. Lo primero que hizo fue despachar chasquis a todos los capitanes, para saber cuáles de ellos estaban respaldando la sublevación de Kari y luego informó al Curaca de lo que estaba ocurriendo. Inmediatamente Katari envió mensajeros a todos los Camayoc, amenazando con la muerte a los insurrectos.

El primer chasqui que Kari había enviado con las instrucciones al Capitán Huari, al llegar al pueblo donde éste vivía, fue apresado por los guerreros que estaban de guardia, quienes lo llevaron ante Huari, su Capitán. Éste se encontraba en la casa del Camayoc Tuku, en compañía de éste y varios de sus oficiales. Luego de escuchar las instrucciones de Kari, su mensajero quedó detenido, mientras se esperaba la llegada del segundo chasqui que portaba la confirmación de las órdenes de Kari. El Capitán Huari había estado nervioso e indeciso desde que se enteró de la negativa de Kari a aceptar la condena de la Coya Pacsa. Su vinculación al Capitán Kari estaba dada por su relación militar y su común acatamiento a la autoridad de la nobleza inca; a lo que en aquellos momentos se interponía su no confesada rivalidad amorosa con Vasco de Almeyda. Antes de que llegara el segundo mensajero de Kari, arribaron los chasqui enviados por Huaman y el Curaca Katari.

Ambos mensajeros entregaron sus recados de viva voz, de modo que todos los presentes se enteraron. Viendo que Huari seguía indeciso, el Camayoc Tuku, le dijo: “A mí me parece que Kari no tiene ninguna posibilidad de llegar a Vilcabamba, porque no sólo tendrá que evitar que Huaman le dé alcance, sino que también deberá eludir a los viracochas.” Antes de que llegara el segundo mensajero de Kari, el Capitán Huari ya había decidido no participar en la sublevación del Capitán General, por lo que el segundo chasqui de Kari fue apresado a su llegada. Al mismo tiempo, otros dos corredores salieron llevando los mensajes de Huari y del Camayoc a Huaman y al Curaca, respectivamente.

Poco después del amanecer, Huaman ya tenía un completo cuadro de la situación: los capitanes sublevados eran Kari y Vilca, en tanto que él contaba con los guerreros de los capitanes Yauca, Yunque, Huari y los suyos propios. Dejó la defensa del pueblo a cargo del Capitán Vilca, en quién no tenía confianza, turnándose con el Capitán Yauca, y salió de inmediato en persecución de los rebeldes llevando a sus guerreros y los del Capitán Yunque.

Aquella misma mañana el Curaca Katari decidió aprovechar las circunstancias para dar un golpe de mano, ordenándole al jefe de su guardia personal que apresara a los sacerdotes Mamani y Urkko y les diera muerte, iniciando de aquella forma un período de terror destinado a aplastar toda oposición a sus planes.

Los guerreros comandados por los capitanes Kari y Vilca llegaron al lugar donde debían encontrarse con el Capitán Huari y sus hombres. La quebrada, por la cual discurría un escuálido estero, estaba vacía de seres humanos. Al no encontrar ni siquiera a uno de los mensajeros enviados, Kari comprendió de inmediato que Huari no sería de la partida pues ambos chasquis tenían órdenes secretas de dirigirse al lugar del encuentro inmediatamente después de entregar sus mensajes, cosa que no pudieron cumplir por haber sido detenidos. La ausencia de Huari tenía sólo dos explicaciones: o el capitán le había traicionado o había sido apresado por Huaman. En ambos casos el resultado era el mismo: no podía que contar ni con él ni con sus guerreros. Después de descansar mientras los guerreros se aprovisionaban de víveres en los tambos secretos del sector, de agua en el chorrillo de la quebrada y se organizaba la segunda etapa de la marcha, la columna se puso en camino.
Una sección de exploradores, cuya misión era evitar el encuentro con eventuales partidas de soldados españoles o guerreros hostiles, encabezaba la marcha. Le seguía un grupo de guerreros del batallón de Kari encargados de establecer combate si ello fuera necesario.

Más atrás caminaba Capitán Kari con el grueso de sus guerreros, llevando entre ellos a la Coya Pacsa, las mamaconas Thika y Nakena y a Vasco de Almeyda. El tercer segmento de la columna en marcha lo constituía el cuerpo principal del batallón del Capitán Vilca y cerrando la columna marchaba una retaguardia de guerreros elegidos entre los mejores hombres de ambos capitanes. En el caso de que los guerreros de Huaman les dieran alcance, esta retaguardia tenía la misión entrar en combate a fin de permitirle escapar al resto de los leales a los nobles incas.

Con la pretensión de engañar a sus perseguidores, la columna avanzó borrando sus huellas y por los senderos más pedregosos y, en vez de dirigirse directamente hacia el norte por el camino de los incas, después de descansar durante las duras horas de sol de mediodía se dirigió hacia el poniente. Sin embargo, Huaman no cayó en tal engaño, pero debió dividir sus fuerzas a fin de continuar la persecución en ambas direcciones. Él mismo y sus guerreros siguieron por el Camino de los Incas hacia el norte, mientras el Capitán Yunque y los suyos se desviaron hacia el poniente. Las órdenes impartidas por Huaman consistían en que el grupo de guerreros que primero diera alcance o ubicara a la columna de sublevados, le enviaría mensajeros al otro grupo a fin de reunirse antes de atacarlos. Los exploradores de ambos grupos de perseguidores avanzaban de prisa, de forma que la ventaja inicial de los que huían se fue acortando rápidamente.

 

Ante la imposibilidad de engañar a los exploradores que le seguían los pasos, todos ellos expertos en la materia, el Capitán Kari desistió de borrar las huellas, poniendo mayor empeño en acelerar la marcha. A Nayra, que no estaba acostumbrada a caminar grandes distancias, cuatro guerreros la transportaban por turnos en las angarillas que el Capitán Kari había llevado para tales efectos. A causa de su falta de entrenamiento, luego de caminar seis horas Vasco de Almeyda ya no podía seguir. En vista de que estaba frenando el avance, Kari decidió que Vasco también fuera llevado en angarillas, al igual que Nayra. Vasco no quería aceptar, pero el Capitán insistió porque no quiso a dejarle abandonado y al joven lusitano no le quedó más remedio que acceder a ser transportado en vilo durante un par de horas, hasta que hubo descansado lo suficiente como para seguir caminando por su cuenta.
Durante el primer día de camino, los guerreros no hicieron el acostumbrado descanso del mediodía, por lo que al llegar la tarde todos estaban agotados. Para pasar la noche se levantaron tres campamentos. En el más avanzado pernoctaron los guerreros de la vanguardia; en el campamento central, protegiendo a la Coya Pacsa, lo hicieron los hombres de Kari y en el de la retaguardia descansaron los guerreros comandados por el Capitán Vilca. A fin de evitar un ataque por sorpresa, en torno a las precarias tiendas se montaron puestos de centinelas con instrucciones perentorias de mantenerse rigurosamente despiertos en cada turno,. Durante aquella primera noche no sucedió nada especial pues la columna comandada por el Capitán Yunque, que le seguía los pasos a los fugitivos, aunque había acortado la distancia se encontraba varios kilómetros más atrás. Por su parte, los guerreros conducidos por el Maestre de Campo Huaman, que se dirigían rectamente hacia el norte, se habían alejado de los sublevados.

Al día siguiente, poco antes del mediodía, la vanguardia del Capitán Kari llegó al margen de un gran salar. Allí Kari decidió avanzar por el borde del salar cambiando el rumbo hacia el norte.

En los márgenes del salar no crecía ningún tipo de vegetación y esta circunstancia, unida a lo diáfano del aire, hacía posible ver a gran distancia. Después de descansar durante el mediodía, la columna de guerreros caminó toda la tarde por el salar, sin alcanzar a cruzarlo. Al caer la noche montaron los campamentos en el margen oriental del salar, disponiendo a los guerrreros de la misma forma que la noche anterior, sin darse cuenta de que los exploradores de avanzada de los perseguidores, ya les habían descubierto.
Cumpliendo con las órdenes recibidas, el Capitán Yunque le envió mensajeros a Huaman, informándole que habían tomado contacto visual con los huidos.

Los campamentos fueron levantados antes del amanecer y poco después la columna de Kari inició el tercer día de marcha. La intención del Capitán era llegar al extremo norte del salar, a partir de donde la Pampa del Tamarugal le daría mayores posibilidades de maniobra en el caso de ser alcanzado por sus perseguidores. Los mensajeros enviados por el Capitán Yunque, que habían corrido durante toda la noche, después del mediodía alcanzaron a Huaman.

Al conocer el camino que llevaba Kari y su ubicación aproximada, Huaman le envió mensajeros a Yunque ordenándole que se mantuviera a una hora de distancia de la columna de perseguidos hasta nuevo aviso, y luego se internó hacia el poniente por una quebrada que desembocaba en medio del desierto. Desde allí dirigió a sus guerreros hacia el noroeste, calculando interceptar al Capitán Kari al día siguiente.

Durante el tercer día de marcha, tanto los perseguidores como los perseguidos avanzaron de prisa. Vasco de Almeyda caminó hasta que los calambres se lo impidieron, por lo que debió ser llevado en angarilla hasta el descanso del mediodía. A partir del segundo día de marcha, los guerreros habían vuelto a respetar la costumbre de hacer una pausa mientras el sol caía a plomo sobre la reseca y pedregosa superficie del desierto. Durante aquellas horas la mayoría de los guerreros dormía siesta. En previsión de ser alcanzados por los perseguidores, el descanso lo hacían estrechando la distancia de los grupos que formaban la columna y manteniendo puestos de vigías a la vanguardia y la retaguardia.

Aquel mediodía Nayra pudo dormir a la sombra de la tienda del Capitán Kari, pero despertó sobresaltada a raíz de haber soñado una pesadilla. En su sueño la joven veía a los guerreros de Huaman tendiéndoles una emboscada en el camino, para cortarles el paso hacia el norte. Nayra le contó su sueño al Capitán Kari y éste, que estaba al tanto de los poderes premonitorios de la joven, llamó a sus oficiales para examinar el agüero.

Analizando los posibles movimientos hechos por Huaman, concluyeron de que si se confirmaba el sueño de la Coya Pacsa, el punto de encuentro con los guerreros de Huaman lo iban a alcanzar al día siguiente, al atardecer. Al caer la noche, la posición de perseguidores y perseguidos en el mapa del desierto, mostraba que el encuentro de las tres columnas de guerreros era ya un hecho inevitable.

La tercera noche en el desierto sorprendió a los fugitivos en una zona de cerros pequeños ubicada varios kilómetros al norte del salar. En previsión de una sorpresa nocturna, el Capitán Kari ordenó montar los campamentos sobre dos elevaciones del terreno ubicadas a poca distancia una de la otra. De aquella forma reunió el batallón de guerreros comandados por el Capitán Vilca y los suyos. No obstante, aquella noche transcurrió tranquila, salvo el importante incidente de la captura de dos exploradores de Huaman que cayeron en una emboscada de los vigías de la vanguardia de Kari. Estos prisioneros, confirmando el sueño Nayra, refrendaron la presencia del destacamento de Huaman apostado más al norte.

Atendiendo a que los guerreros de Huaman le cortaban el paso y los hombres de Yunque se le acercaban por la retaguardia, el Capitán Kari decidió avanzar con rapidez y atacar con todas sus fuerzas a Huaman, antes de verse atrapado entre ambas columnas enemigas. Dejando al Capitán Vilca con dos grupos de reserva para cubrir el flanco sur, Kari avanzó con el grueso de sus hombres sobre los guerreros de Huaman. Después del mediodía comenzó una encarnizada batalla en la que luego de furiosos combates, en los que los tres capitanes participaron al frente de sus hombres, la superioridad numérica de los guerreros de Kari se impuso, logrando pasar el grueso de su columna por entre las rotas filas de sus enemigos. Sin embargo, el Capitán Vilca y sus guerreros fueron impedidos de pasar por la zona del combate y debieron hacer un rodeo hacia el poniente.
En la cruenta lucha cuerpo a cuerpo murieron muchos guerreros de ambos bandos, quedando decenas de heridos repartidos en el campo de batalla. Después de rechazar al Capitán Vilca y sus hombres, el Maestre de Campo Huaman encabezó personalmente la matanza de los heridos del bando contrario. Pocas horas más tarde llegó al sitio del encuentro el batallón de guerreros del Capitán Yunque, encabezados por éste. Con su ayuda, Huaman reorganizó sus tropas y dispuso la persecución de Kari, quien llevaba consigo a Nayra y Vasco de Almeyda, ambos condenados a muerte por el Curaca Katari.

Con toda la prisa que pudieron, los agotados guerreros de Kari se alejaron del campo de batalla hasta alcanzar una meseta desde la cual se dominaba gran parte de la desértica región. Allí Kari decidió levantar los campamentos para pasar la noche. Pasada la medianoche llegaron los guerreros de Vilca y ambos capitanes pudieron estudiar las acciones a seguir al día siguiente. Aquella meseta estaba ubicada al norte de una quebrada por la que discurría un arroyuelo de límpidas aguas donde todos los guerreros saciaron su sed al llegar y se aprovisionaron de agua antes de subir a la altura donde iban a levantar los toldos. La disposición de aquel terreno se prestaba para emboscar a los enemigos y detener allí la persecución de Huaman.

Debido a su formación religiosa, las mamaconas conocían en secreto las propiedades de todas las plantas, tanto las medicinales como las venenosas y en aquella quebrada Nayra y las mamaconas Nakena y Thika habían encontrado un arbusto de cuyas hojas, debidamente maceradas y mezcladas con ceniza se obtenía una sustancia que aún diluída en grandes cantidades de agua producía fortísimos dolores estomacales, vómitos y una fulminante diarrea que duraba dos días y dejaba sin fuerzas al más fornido de los guerreros. Conversando entre ellas, las amigas había concebido una idea destinada a mermar las fuerzas y retrasar la marcha de los guerreros que les perseguían. El plan consistía en emponzoñar las aguas momentos antes de la llegada de los cansados y sedientos guerreros de Huaman, de modo que éstos, que beberían sin falta en el estero, sufrirían los efectos que producía el infalible laxante y tendrían que detener su marcha al menos durante los dos días siguientes. Cuando las jóvenes le comunicaron su plan a Kari, éste vio de inmediato los devastadores efectos al combinar el ardid de las mamaconas con la emboscada que con el capitán Vilca habían decidido efectuar.

Al amanecer, todos los guerreros bajaron al arroyo a llenar sus reservas de agua para la siguiente etapa del camino por el desierto y comenzaron a preparar la emboscada acumulando peñascos al borde de la meseta a lo largo del sitio donde los guerreros de Huaman debían ir a beber agua del estero, con el fin de atacarlos por sorpresa. A continuación abandonaron el borde de la meseta y se fueron a esconder en los accidentes del terreno, a cierta distancia, quedando a la espera del momento adecuado para regresar y atacar. Poco antes de la llegada de los enemigos, un par de voluntarios echarían la ponzoña en el estero, escapando quebrada arriba.

Precediendo al contingente de Huaman llegaron los exploradores.

El grueso del escuadrón de Huaman estaba formado por los sobrevivientes del choque con los insurgentes y los hombres de Yunque, que le habían llegado de refuerzo. Al acercarse los exploradores a la quebrada por la cual discurría el estero, dos guerreros de Kari echaron a la corriente de agua, en diferentes sitios, varias bolsitas que contenían una pasta de hojas maceradas amasada con ceniza y una piedrecita para mantenerla hundida, y se alejaron corriente arriba para no ser descubiertos. Lo primero que hicieron los exploradores de Huaman fue bajar al estero a beber de sus cristalinas aguas.

Después de beber el agua contaminada, los exploradores subieron a la meseta por la que avanzaron varios centenares de metros hasta que todos sintieron, casi al mismo tiempo, un fuerte dolor de estómago que les obligó a detenerse para vaciar el cuerpo por ambos extremos. En tales desventajosas circunstancias fueron atacados por los guerreros rebeldes quienes en pocos minutos dieron cuenta de ellos. Mientras tanto, los guerreros de Huaman habían llegado a la quebrada y estaban bebiendo en el estero. Unos minutos después, los fulminantes retorcijones del terrible cólico se hicieron sentir. Cuando los atalayas de Kari vieron que los hombres de Huaman se desperdigaban por el terreno a vaciar sus adoloridas tripas, hicieron las señales convenidas y el Capitán Kari regresó con sus guerreros. Éstos llegaron al borde de la quebrada sin ser descubiertos y desde allí les lanzaron una lluvia de piedras a los guerreros que aún permanecían en el fondo de la quebrada y luego bajaron a rematarlos.

Gracias a la efectiva estratagema del purgante, la batalla fue muy desigual. Los guerreros de Kari masacraron a sus enemigos los que, desparramados por el campo, ofrecieron escasa resistencia a los atacantes por estar demasiado ocupados con sus intestinos. La mortandad entre los hombres de Huaman fue enorme y al final de la batalla, luego de constatar las grandes pérdidas sufridas, Huamán y Yunque, este último herido de cuidado, decidieron dar por terminada la persecución de los insurrectos y regresar al poblado de Kachi.

Aprovechando la libertad de movimientos que le dio su contundente victoria sobre sus perseguidores, el Capitán Kari continuó avanzando con rapidez hacia el Perú. Tres días más tarde llegaron a la frontera norte de la Pampa del Tamarugal. A partir de allí la caravana de guerreros aminoró la marcha para contrarrestar los duros efectos de los inclementes rayos del Sol. Caminando desde el amanecer hasta mediar la mañana, descansando durante las horas de calor del mediodía para reiniciar la marcha desde la caída de la tarde hasta la llegada de la noche, llegaron sin contratiempos al río Lluta.

En aquel punto, el Capitán Kari decidió encaminarse hacia el lago Titicaca, sito en el altiplano, para desde allí proseguir hacia Vilcabamba, donde vivía exiliado el Inca Xairi Tupac. Llevando a Nayra de incógnito para evitar que la noticia de su presencia se extendiera por los territorios que iban atravesando, luego de una larga y agotadora marcha ascendente el contingente de guerreros llegó a la ribera occidental del lago.

A medida que el Capitán Kari y sus guerreros avanzaban, la noticia de su presencia iba siendo conocida por todo el mundo. La mayoría de los Curacas y Camayoc, siguiendo los deseos del fallecido Inca Manco, estaban sirviendo en cuerpo y alma a los conquistadores españoles, y muchos de ellos se habían hecho cristianos. Los indígenas comarcales asistían con alimentos a los guerreros del Capitán Kari pero, temiendo las represalias de los nuevos amos del Perú, informaban a los españoles de la presencia en sus valles de aquellos guerreros armados, cuya finalidad no les había sido revelada.

Entre los españoles, que en aquella época continuaban con sus mortales disputas internas, se mantenía vivo el temor a una nueva rebelión de los incas. Debido a ello, la aparición de aquellos guerreros en pie de guerra en los territorios australes del ex Imperio Inca, no obstante la clara descomposición de éste, fue tomada como una seria amenaza.
En el poblado de Kachi, el Curaca Katari recibió furioso a los capitanes Huaman y Yunke, culpándolos de haber dejado escapar a la Coya Pacsa Nayra, lo que molestó profundamente a ambos guerreros que se retiraron ofendidos de la audiencia. Poco tiempo después Huaman se enteró de la forma cómo habían muerto los sacerdotes Mamani y Apaza y de las sangrientas represiones de los familiares de los guerreros rebeldes, efectuadas por Yauca en cumpliendo de las órdenes del Curaca. Huaman reaccionó con firmeza, pidiéndole de inmediato una audiencia al Curaca Katari.

Recurriendo a diferentes pretextos, el Curaca postergó durante varios días la audiencia que Huaman le exigía y sólo recibió al jefe guerrero cuando ya le fue imposile continuar retrasando la entrevista. Yendo directamente al grano, Huaman le reprochó a Katari la represión desatada en contra de los ayllus de los capitanes disidentes. Al escuchar las incoherentes respuestas del Curaca, Huaman comprendió que Katari no era el hombre adecuado para dirigir el reino inca y sacarlo de la crisis que estaba en marcha. Al término de la reunión salió de la sala dispuesto a tomar por su cuenta las medidas del caso.

Al negarse a respaldar a Kari, el Capitán Huari había recibido la crítica de sus oficiales los que eran portavoces del descontento que aquella decisión había provocado entre sus hombres. Esta situación le obligó a rechazar las perentorias órdenes del Curaca de efectuar represalias sobre los miembros civiles de los ayllus de los capitanes sublevados. A partir de aquel incidente, Katari sólo esperaba el regreso de Huaman y Yunke para ajustarle las cuentas al capitán desobediente.

Pocos meses antes de partir al Perú a participar en la contienda desatada entre españoles, tras las banderas del Rey de España, Pedro de Valdivia, a la sazón Gobernador de Chile, envió al Capitán Francisco de Aguirre al frente de una expedición fuertemente armada a dar una batida contra los indígenas rebeldes de la Pampa del Tamarugal, con la finalidad de despejar de guerreros hostiles el Camino de los Incas que comunicaba a Chile con el Perú. A su paso por las zonas adyacentes a La Serena y en el valle de Copiapó, Francisco de Aguirre sofocó violentamente el descontento de los indígenas locales, logrando atemorizar a varios Camayoc que se le proveyeron de guías e informantes, entre éstos que se encontraban algunos incas que habían huído de las persecuciones del Curaca Katari. Merced a estas ayudas, los soldados españoles ubicaron Kachi, el poblado secreto.
Mientras el Capitán Francisco de Aguirre se acercaba con sus soldados, entre las filas de los guerreros insurgentes salían a la luz las discrepancias internas que anticipaban el rápido fin del Reino de la Pampa del Tamarugal. En aquellos días, la situación militar era la siguiente: Huaman y Yunque habían regresado con sólo un tercio de sus guerreros, dado que el resto de sus hombres había sucumbido. Los capitanes Yauca y Huari, en cambio, tenían sus fuerzas intactas. La autoridad del Curaca Katari dependía del apoyo de Yauca pero éste, por causa de sus afinidades militares, resultó ser más leal a Huaman que al Curaca. Por otra parte, los capitanes Huaman y Yunque, luego de sopesar sus fuerzas en relación a las de Huari, decidieron retirarle su apoyo al Curaca, lo que en la práctica habría de traducirse en el fin de su mandato.

Aprovechando la nueva relación de fuerzas creada, el Capitán Huari recuperó su libertad de acción y partió de regreso al Perú acompañado de sus guerreros y de su ayllu.
La idea de los capitanes Huaman, Yunque y Yauca de defenestrar al Curaca Katari no alcanzó a ponerse en práctica debido a que el pueblo de Kachi fue atacado por los soldados españoles, lo que precipitó una serie de nuevos acontecimientos. Sin alcanzar a reponerse de la sorpresa, los guerreros incas fueron vencidos con relativa facilidad. Durante la corta y sangrienta batalla los españoles apresaron heridos a los capitanes Yunque y Yauca, en tanto que el Curaca Katari y los sacerdotes Antahuara, Quispe y Apaza se entregaban a los conquistadores.

Como era costumbre de los españoles, antes de ajusticiar a los jefes vencidos les hacían un corto consejo de guerra. Bajo la acusación de ser responsable de la muerte de un par de decenas de españoles y de varios cientos de yanaconas aliados, sentaron a Curaca Katari en el banquillo. Viéndose perdido, Katari culpó de todos las muertes ocurridas en la Pampa del Tamarugal a los capitanes guerreros, a los sacerdotes y, principalmente, a Nayra, la Coya Pacsa, inventando la infamia de que era ella, como única pariente de los incas, quien realmente gobernaba desde las sombras y en forma tiránica. Acusándola falsamente de los delitos de adulterio y hechicería, dio nacimiento a la leyenda negra de La Tirana del Tamarugal.

Viendo que al cobarde Katari lo podían transformar en un aliado, los españoles le perdonaron la vida y, como medida disuasoria de futuras sublevaciones de los indígenas, quemaron en la hoguera a los capitanes y los sacerdotes que tenían prisioneros.

La noticia de la presencia de los guerreros armados de Kari se había extendido por todo el territorio del antiguo Imperio Inca. La mayoría de los curacas y camayoc de los ayllus por los cuales Kari y sus guerreros pasaban, le fingían lealtad, pero no querían verse mezclados con él. No obstante, a los sitios donde Kari acampaba comenzaron a llegar pequeñas partidas de jóvenes guerreros y decenas de mensajeros provenientes de todos los rincones del ex Imperio, con el aviso de miles de descontentos con los abusos de los colonizadores que se ofrecían para participar en lo que todos ellos creían era el comienzo de una nuevo alzamiento contra los españoles dirigido por el Inca desde su refugio en Vilcabamba. El creciente movimiento de rebelión no pasó desapercibido para los conquistadores, debido a los informes que recibían de parte de los traidores y de los espías. En vista del creciente apoyo que estaban recibiendo los insurgentes, los españoles aceleraron los preparativos para enfrentarlos y destruir el foco de rebelión de los incas en su forma incipiente.

Ante lo que los colonizadores interpretaron como los preámbulos de una nueva rebelión indígena, la reacción de ellos fue inmediata.

Enviaron a todos los soldados que se encontraban disponibles en las cercanías del lago Titicaca a sofocar la sublevación en su estado embrionario. Junto a los soldados que partieron hacia el lago iba un escuadrón de doscientos negros etíopes, ex esclavos que a cambio de una ilusoria libertad habían aceptado servir bajo las órdenes de los hacendados españoles, los nuevos dueños de la tierra y de los indígenas que la habitaban.

El Inca Xairi Tupac recibió en su refugio de Vilcabamba a los emisarios del Capitán Kari y los informes enviados por los curacas y camayoc en ejercicio en el territorio del que había sido el Imperio de sus antepasados y temiendo que los españoles le culparan a él de dirigir bajo cuerda la rebelión en ciernes, decidió jugarse en contra del conato sedicioso a punto de reventar.

Llamando a los nobles y los capitanes, les dijo: “Pachacámac contradijo al Inca Manco, no queriendo restituirle el Imperio y yo, que le he sucedido, seguiré viviendo quieto en las montañas de los Antis sin enojar a los viracochas, ni menos alzarme en contra de ellos. Por tales razones os mando a todos regresar a vuestros pueblos para que no os den muerte los viracochas.” En los días siguientes, los caminos del ex Imperio se llenaron de mensajeros del Inca que llevaban su palabra negando al Capitán Kari, a todos los rincones.
El Capitán Kari era el más sorprendido de todos, puesto que su propósito inicial de llevar a Nayra ante el Inca Xairi Tupac se había desnaturalizado totalmente. A él mismo no se le había pasado por la mente encabezar una rebelión general en contra de los españoles, en primer término porque él tenía más claro que nadie que una acción de aquella naturaleza debía ser decidida y dirigida por el propio Inca y no por un capitán como él, por muy grande que fuese su prestigio. Dado que el Inca le había mandado a decir que no lo recibiría, Kari se encontró en una situación insostenible.

Sin el apoyo de los lugareños su destacamento estaba perdido, y volver sobre sus pasos tampoco solucionaba nada. Frente a tales adversas circunstancias, Kari decidió que Nayra intentara llegar a Vilcabamba protegida por una reducida guardia de guerreros leales, a los que voluntariamente se sumó Vasco de Almeyda, mientras él y sus hombres le cortaban el paso a los españoles que se acercaban a la zona donde ellos se encontraban.
La superioridad numérica de los soldados españoles era enorme. El contingente indígena rebelde había sido abandonado por miles de guerreros voluntarios quienes, obedeciendo las órdenes el Inca Xairi Tupac, regresaron a sus hogares. Pero aquel puñado de guerreros encabezados por los capitanes Vilca y Kari, decididos a defender a cualquier precio aquel paso entre las montañas, causó grandes bajas a los soldados españoles que los atacaron. No obstante, luego de tres días de desigual refriega, los españoles terminaron por dar muerte a los últimos defensores de la estrecha garganta cordillerana a través de la cual Nayra había escapado.

No conformes con aquel trágico resultado, los españoles les cortaron la cabeza a los capitanes incas rebeldes y luego de cuartear sus cuerpos, para escarmiento de todos los indígenas descontentos, enviaron sus despojos a los cuatro puntos cardinales del ex Imperio. Con igual propósito disuasivo, las cabezas de Kari y Vilca, clavadas en el extremo superior de largas picas, fueron exhibidas en la plaza principal del Cuzco.

Vasco de Almeyda escoltó a Nayra y las mamaconas Nakena y Thika hasta el palacio del Inca en Vilcabamba. Allí no lo dejaron entrar y, pese a las protestas de Nayra, fue detenido. Primero los indígenas habían decidido expulsarlo del valle secreto, pero el temor de que pudiera servir de guía, incluso en contra de su voluntad, a los soldados españoles que buscaban Vilcabamba para saquear las riquezas del Inca, hizo que fuera retenido en el valle en calidad de prisionero.

Nayra llegó sana y salva ante el Inca Xairi Tupac, su tío, precedida por la leyenda negra, creada por Katari y difundida por los españoles y los yanaconas, de que durante los años en que había sido la Coya Pacsa o Sacerdotisa Suprema del Reino de la Pampa del Tamarugal, había sido ella quien dirigía en forma tiránica a los guerreros incas que combatían contra los españoles. Al entregar en el Templo del Sol la Huaca del Príncipe Paullo que había llevado junto con sus amigas Nakena y Thika, Nayra exclamó: “¡Oh, Huaca sagrada! Aquí te dejo a salvo para que así como has velado por mí, protejas este reino.” El Inca Xairi Tupac la recibió con grandes demostraciones de amor con las cuales el soberano ocultaba sus recelos hacia su persona.

La suspicacia del Inca tenía por fundamento el mito del poder tiránico que según se decía Nayra había ejercido en el Reino de la Pampa del Tamarugal. Los temores del tío de la joven tenían como base los poderes sobrenaturales de la joven, los que, además de ser reales, habían sido exagerados por los rumores. Los dones especiales y únicos de Nayra, los que según sus detractores estaban fuera de lo permitido por la religión de los incas y caían dentro del campo de la brujería, habían sido demostradas, según sus enemigos, por el sacrificio incomprensible que los afamados capitanes Kari y Vilca hicieron de sus vidas, para salvar la suya.

Como una forma de prevenir que la presencia de Nayra pudiera de algún modo afectar su poder, el Inca Xairi Tupac dispuso su inmediata internación en el Templo del Sol junto con Thika y Nakena. Allí las jóvenes debían limitarse a cumplir con su papel de simples mamaconas dentro del Culto al Sol, lo que ambas aceptaron contentas y a conciencia.

Las noticias llegadas a Vilcabamba, procedentes de la Pampa del Tamarugal, confirmaron que a raíz de la fuga de la Coya Pacsa y de los capitanes leales a ella, se había desplomado el reino rebelde.

Por su parte, los ayllus rebeldes habían depuesto las armas para dedicarse únicamente a las actividades agrícolas. La tranquilidad impuesta por los españoles mediante el terror sólo se vio rota cuando un desconocido, amparándose en las sombras de la noche, le dio muerte a Katari, el ex Curaca. Aunque nunca se supo quién había sido el autor de aquel escarmiento, entre los indígenas corría el rumor de que el Capitán Huaman había sido el vengador.

Con frecuencia Nayra deseaba estar junto a Vasco y conversar con él como tantas veces lo hicieron en la Pampa del Tamarugal y durante la larga huída, pero en el reino de Vilcabamba las cosas eran completamente diferentes. Allí la joven no tenía ninguna libertad de movimientos, pues debía atenerse a la estricta rutina que el Culto al Sol le imponía a los sacerdotes y a las mamaconas.

Por las tardes, Nayra solía escuchar la voz de Vasco de Almeyda quien, acompañándose con la música su charango, entonaba bellas canciones. La joven suspiraba recordando la celeste luz de los ojos del lusitano hasta que en cierta oportunidad se dio cuenta de que ya no entendía el lenguaje de los pájaros ni lograba comunicarse con los animales. Entonces recordó que el cóndor Pilacunca le había dicho que si se enamoraba dejaría de entender lo que decían los animales. Nayra sintió un fuerte dolor en el corazón y su alegría se disipó para siempre.

Para mitigar el dolor que le provocaba su triste destino, Vasco de Almeyda se consolaba con el hecho de poder estar cerca de su amada, a la cual sólo muy de tarde en tarde podía ver desde lejos.

Sabiendo que su voz se podía escuchar dentro del Templo del Sol, donde Nayra se encontraba, Vasco pasaba parte de su tiempo cantando canciones de amor, algunas con letras en quechua. Se acompañaba con el charango que había hecho con la caparazón de un quirquincho y las cuerdas de tripas de animales, técnica de construcción instrumental que gustoso enseñaba a los indígenas interesados. Tras su muerte, ocurrida algunos años después de que los españoles asaltaron, saquearon y destruyeron Vilcabamba, en la memoria musical de los indígenas quedaron las melodías, los ritmos y las canciones que Vasco de Almeyda había llevado de la península ibérica. Además, como su legado instrumental, a los indígenas del altiplano les dejó el charango de cinco cuerdas, su genial adaptación de la bandurria peninsular.

 


BIBLIOGRAFÍA: Aprendiendo a leer Latinoamérica Carlos Bongcam Wyss, CELA, Estocolmo, Suecia, 1982.
Descubrimiento y conquista del Perú Pedro de Cieza de León, Historia 16, Información y Revistas, S.A., Madrid, 1986.
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La edad del oro Varios autores, Tusquets Editores, S.A. y Círculo de Lectores, S.A., Barcelona, 1986.
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Latinoamérica 500 años, Tomo I, Historia Carlos Bongcam Wyss, CELA, Estocolmo, Suecia, 1988.
Noticias secretas y públicas de América Varios autores, Tusquets Editores, S.A. y Círculo de Lectores, S.A., Barcelona, 1984.
Verdadera relación de la conquista del Perú Francisco de Xerez, Historia 16, Información y Revistas, S.A., Madrid, 1985.

 



(7) Molina, Cristóbal de: “Relación de las fábulas y ritos de los incas”, citado en “La edad del oro”, página 117.

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